Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ganó con esta novela1 el Premio Nadal del año 2000, un galardón al que ya se había aproximado pocos años antes con La flaqueza del bolchevique, que resultó finalista en la edición de 1997. Los protagonistas de El alquimista impaciente son dos guardias civiles, el sargento Rubén Bevilacqua y su ayudante, la guardia Virginia Chamorro. No son dos personajes desconocidos para los lectores, pues hicieron su aparición en El lejano país de los estanques, novela en la que se narra la investigación de un asesinato en la isla de Mallorca. En esta ocasión, los dos agentes, destinados en Madrid, en los servicios centrales de la Guardia Civil, se ocupan de identificar al responsable de la muerte de un ingeniero de una central nuclear cercana a la capital de España (el autor no da más precisiones, pero a tenor de los escenarios en que transcurre la acción, podemos aventurar que se trata de la central de Trillo, en Guadalajara).
El hecho de que una novela policíaca esté protagonizada por una pareja de investigadores no es un rasgo especialmente original dentro del código de este género narrativo, tanto en su vertiente literaria como en la cinematográfica. De hecho, podríamos decir que constituye casi un tópico (recordemos el conocido ejemplo de Sherlock Holmes y el doctor Watson, de los relatos de Conan Doyle, o, por no salirnos del ámbito español, el caso del detective Carvalho y su ayudante Biscúter, de Vázquez Montalbán). Lo que ya no es tan común en la literatura es que la pareja de investigadores sean un hombre y una mujer, lo cual añade al interés derivado de la intriga una cierta tensión que contribuye a la eficacia del relato y a captar la atención de los lectores. Hay que destacar, en cualquier caso, que esta tensión sexual es muy leve, apenas sugerida, y siempre de forma muy elegante. No puedo asegurar si este planteamiento será o no deliberado, pero cabe considerarlo como una estrategia narrativa e incluso comercial; me arriesgaría a decir que Lorenzo Silva lo hace así para “ponernos los dientes largos”; estoy seguro de que veremos alguna escena más explícita de la convivencia entre Bevilacqua y Chamorro en novelas posteriores de la serie (el autor ha declarado en alguna entrevista, y lo repite en su web, que ésta no será la última).
La presentación del sargento y la guardia es escueta y funcional, y la narración apenas se demora en la descripción de las características físicas de los personajes. La ausencia de referentes “visuales” tal vez se deba al hecho de que la historia está contada en primera persona (el narrador-protagonista es el propio sargento), circunstancia que haría poco verosímil la presencia de autorretratos explícitos. La mayor parte de las escasas prosopografías de la novela corresponden a la guardia Chamorro, mujer reservada, sensata y de carácter firme, con un interesante toque feminista, virtudes que acompañan a un aspecto físico algo anguloso y hasta rudo, pero muy atractivo. Esta última cualidad se pone de manifiesto en un par de episodios (el primero tiene lugar en los ambientes de diversión de la Costa del Sol; el segundo, en un selecto restaurante madrileño), en los que la guardia se maquilla y se viste con ropas elegantes para acceder a ambientes que, de otro modo, estarían vedados a su investigación. La belleza de Chamorro supera así el valor puramente decorativo y se convierte en un elemento funcional de la trama, tal como ya ocurría en El lejano país de los estanques (en aquella ocasión, con playas nudistas incluidas). El sex-appeal del personaje no es ajeno a los tópicos del género (se me ocurren ahora los ejemplos de Los ángeles de Charlie, en mujeres, y del infatigable James Bond, en hombres) y es probable que el autor sea consciente de ello, porque no abusa de la capacidad seductora del personaje e incluso se permite alguna deliberada hipérbole al respecto (por ejemplo, en el episodio en el que la madame de un muy selecto servicio de señoritas de compañía sugiere a Chamorro que puede encontrar trabajo en su gremio si se decide a abandonar la Benemérita).
El personaje de Chamorro se define básicamente a partir de la mirada de su superior, quien a menudo realiza observaciones, reflexiones o juicios, casi siempre admirativos, sobre el comportamiento, las capacidades y las actitudes de su subordinada. Tal enfoque no carece de interés para el lector, porque amplía la perspectiva narrativa y da mayor profundidad al retrato psicológico del sargento. Ahora bien, en mi opinión este tratamiento no es del todo convincente, porque da como resultado un personaje limitado, pobre, menos “jugoso” de lo que prometía (y menos todavía para alguien que haya leído El lejano país de los estanques, novela en la que Chamorro destacaba con mayor fuerza y brío). En más de una ocasión, el personaje de Chamorro resulta demasiado desdibujado, y sufre un claro desequilibrio con respecto a su jefe, a cuyo lado parece más comparsa o figurante que verdadera co-protagonista.
Mucha mayor entidad y una imagen más certera y perdurable consigue el personaje protagonista, el sargento Rubén Bevilacqua, pues no en vano toda la trama se presenta a través de sus observaciones y de su testimonio2. Digamos en primer lugar que estamos ante un investigador atípico, y que su singularidad comienza por su insólito apellido, el cual da lugar a innumerables confusiones, alguna de ellas de indudable comicidad. Desde luego, el lector que firma esta reseña no estaba acostumbrado a tratar con agentes de la autoridad como el que ahora nos ocupa: culto, licenciado en Psicología, poco o nada militarista, escéptico con la disciplina y la autoridad, y de talante civilizado, democrático y aun progresista. Sería injusto afirmar que es inverosímil acumular tantas cualidades en un sargento de la Guardia Civil, pero no que en algunas ocasiones pueda parecerle al lector un personaje excesivamente idealizado. Admito, no obstante, que este escrúpulo tiene que ver más con el posible referente del personaje (es decir, los guardias civiles reales), que con la recreación que de ellos lleva a cabo el autor3, la cual, por otra parte, se halla en la mejor tradición del género. En efecto, Bevilacqua corresponde al modelo del investigador “cerebral” tantas veces inmortalizado en las novelas policíacas. Sus métodos se basan en la observación, la deducción, la tenacidad, el trabajo en equipo y el conocimiento de las turbias motivaciones del espíritu humano. De su labor queda casi totalmente excluida la violencia (excepto en una escena, hacia el final de la novela), aunque no las técnicas de intimidación que supongo forman parte inevitable de los interrogatorios policiales; incluso en la aplicación de éstas, el lector se identifica con el proceder del agente, pues sólo las utiliza sobre criminales indeseables o plutócratas corruptos.
Antes hemos invocado a Conan Doyle, pero habría que destacar que el protagonista de la novela de Lorenzo Silva está más cerca de los héroes de la novela “negra” contemporánea (de Hammett y Chandler para acá), que del modelo de los detectives del relato policial clásico (Sherlock Holmes, el padre Brown, Hércules Poirot). El hecho de que Bevilacqua sea un agente de una organización sometida a la disciplina militar no significa que también se trate de un policía complaciente y servil con la autoridad establecida, de un robot incapaz de la menor independencia de criterio; muy al contrario, su inteligencia, su experiencia y el consiguiente conocimiento de las formas más oscuras de ejercicio del poder económico y político (cuya eficacia y amplitud corruptora ya comprobamos en El lejano país de los estanques) le proporcionan esa capacidad de distanciamiento, ese talante escéptico y a veces sarcástico, típico de los héroes de la novela policíaca moderna.
A través de los ojos de Bevilacqua y de los vericuetos de la investigación criminal que protagoniza, el lector no sólo descubre la identidad de los criminales —condición sine qua non de toda novela del género—, sino que también tiene la oportunidad de entrar en los infiernos de la droga y la prostitución, asistir a sucios manejos empresariales y conocer las estrategias de los grupos de presión económicos y mediáticos. Con todo ello Lorenzo Silva dibuja un certero y ácido retrato de nuestra sociedad actual, dominada por el culto al dinero y al poder que éste proporciona. No es, en cualquier caso, un retrato tan amargo como pudiera parecer, ya que frente a la corrupción, la ambición desmedida, los vicios inconfesables o el señoritismo más repulsivo se alza la perspectiva del propio autor, quien no ha dudado en convertir a algunos personajes —no sólo Bevilacqua y Chamorro, sino otros inolvidables secundarios, como el joven y desbordado juez que instruye el caso, el eficaz comandante Pereira y los demás agentes de la Guardia Civil que aparecen a lo largo de la trama— en verdaderos adalides de la honestidad, la dignidad profesional y hasta el civismo. Quizás sea este el aspecto donde los militares de Lorenzo Silva resultan más prototípicos y tal vez increíbles o incluso incómodos para ciertos lectores. No obstante, no deja de ser refrescante la mirada que nos propone el autor madrileño, una mirada esperanzada y positiva, capaz de afirmar, entre tanta imagen de individualismo nihilista como pulula por la novela española contemporánea, la importancia de ciertas virtudes —el sentido del deber, el valor del trabajo bien hecho, la capacidad de afecto y compasión por las víctimas— encarnadas por hombres y mujeres entregados al servicio de sus conciudadanos4.
Lorenzo Silva, El alquimista impacente, Barcelona, Ediciones Destino (Col. «Áncora y delfín», 890), 2000, 284 páginas.
- La presente reseña es algo diferente a sus compañeras de categoría, pues se trata simplemente de un ejemplo de análisis de los personajes de una novela, elaborado con el fin de proporcionar un modelo que pudiera resultar útil para mis alumnos de 1º de Bachillerato del I.E.S. “Ega”, de San Adrián (Navarra), durante el curso 1999-2000. Para conseguir que no desentonara demasiado al lado de otras reseñas, he modificado la redacción original del trabajo y ampliado algunas referencias que allí tocaba muy de pasada.[<-]
- En mi opinión, hay una secuencia en la que la elección del punto de vista narrativo resulta demasiado forzada. Me refiero al episodio en que Chamorro provoca que un rico empresario la invite a cenar, y de este modo trata de “tirarle de la lengua”. El protagonista podría haberse enterado fácilmente de las averiguaciones de su compañera a partir del testimonio posterior de ésta; sin embargo, el autor hace que Bevilacqua los conozca “en directo”, valiéndose del truco del micrófono oculto, que si bien no es físicamente imposible, no parece muy verosímil desde una perspectiva estrictamente literaria.[<-]
- Lorenzo Silva ejerce la abogacía, y según sus propias declaraciones ha llegado a trabajar como penalista en algún caso. Por otro lado, es hijo y nieto de militares. Ambas circunstancias permiten suponer que su conocimiento interno del funcionamiento de la Benemérita será bastante más amplio que el de la mayoría de los lectores.[<-]
- Lorenzo Silva ha editado una web en la que, además de aspectos biográficos, extractos de las críticas recibidas por sus novelas y una completa bibliografía, también incluye textos inéditos muy representativos de sus inquietudes e intereses. La dirección es fácil de recordar: http://www.lorenzo-silva.com.[<-]
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