En la entrada anterior, escrita (¡con faltas de ortografía!, por culpa del teclado italiano) desde un cibercafé de Florencia, prometía volver a la carga el veinticinco de julio, tras el parón vacacional por tierras del Sur de Francia y la Toscana italiana. Como puede comprobarse, habrá que sumar ésta a la larga lista de mis promesas incumplidas o aplazadas. Hombre, tengo algunas excusas: la fatiga del turista, lo inapropiado de una fecha como la festividad de Santiago Apóstol para retomar la bitácora, lo áspero de volver a la normalidad después de tanto día de «dolce far niente».
Y eso que de «far niente» es sólo un modo de hablar: apenas un par de horas de playa (en la abarrotadísima de Cannes, que me puso de muy mal humor) y otra de piscina para mí, mientras Pilar echaba la siesta, y para de contar. El resto del tiempo lo hemos invertido en las inevitables obligaciones del turista con pretensiones: recorrer parajes pintorescos, fotografiar monumentos, guardar no menos monumentales colas, leer guías como quien lee los sagrados evangelios, dar vueltas y más vueltas a los mapas en los traicioneros cruces de las carreteras comarcales y, a veces, disfrutar de una merecida recompensa gastronómica en un coqueto restorán.
Eso sí, nos hemos traído las retinas ahítas de impresiones imborrables: los suaves meandros del río Dordoña, contemplados al atardecer desde un mirador en el pueblecito de Domme; los hercúleos pilares del Pont du Gard, que han durado veinte siglos y permanecerán incólumes otros cien; la infernal Autostrada dei Fiori, entre Italia y Francia, con sus más de ciento diez túneles y otros tantos viaductos, que se dice pronto; las colinas toscanas, que parecen de película o de cuadro, pero que son increíblemente reales y maravillosas; un incendio en el horizonte, cerca de Narbona, sobre el que conversamos, desde una segura distancia, con dos agentes forestales franceses que nos invitaron a bebidas frías… Hay mucho que contar de ese viaje de diecinueve días por Quercy, Périgord, Camarga, Provenza, la Costa Azul, la Toscana y el Languedoc.
Como casi siempre que nos vamos por ahí, nos traemos en las maletas algún bibelot y unos cuantos libros. Este año no hemos sido tan burros como en el verano de 2003, cuando volvimos de Bretaña y Normandía con casi una docena de publicaciones sobre el Desembarco del 6 de junio de 1944 (uno de mis temas-fetiche desde que tengo uso de razón). Esta vez sólo he comprado tres libritos, de esos que se venden en los expositores de los sitios turísticos, destinados a convencer al turista convencional de que en realidad es persona selecta, cultivada y sabia, y no uno de tantos patanes en camiseta, bermudas y playeras.
Un propósito que, a tenor de nuestra experiencia, no tiene en cuenta a los turisas de lengua española, a quienes las editoriales francesas e italianas deben de seguir considerando como público analfabeto o de dudosa rentabilidad. En efecto, de los libros que a mí me interesaban en Lascaux II (la copia de la cueva, cuyo original está cerrado al público por la misma razón que la de Altamira, la «contaminación humana») y en el Pont du Gard, ninguno se había traducido al español. De modo y manera que he tenido que adquirir dos ediciones inglesas y otra francesa, lo cual es un manifiesto engorro, pues aunque me defiendo bastante bien con el inglés escrito (bastante peor con el francés), no resulta nada cómodo enfrentarse con los tecnicismos arquitectónicos y pictóricos en las lenguas de Shakespeare y de Molière. Vaya desde aquí mi más enérgica protesta, que voy a convertir en lema para pins, jarras de café y camisetas: «libros para turistas en español, ya».
A pesar de todo, tengo que reconocer que he disfrutado con la lectura de dos libritos sobre arte prehistórico, el de Denis Vialou, Our Prehistoric Past. Art and Civilization, y el de Brigitte y Gilles Delluc, Connaître Lascaux, y otro sobre el archifamoso puente-acueducto romano sobre el río Gardon, The Pont du Gard. El primero es, a pesar de su brevedad y su pequeño formato, un libro fascinante, que recomiendo a cualquier persona interesada en el fenómeno artístico; tras leerlo, es imposible seguir manteniendo la idea del «primitivismo» de los hombres primitivos. Tanto por su pericia técnica, como por la estructura de las composiciones, como por su significado y trascendencia (en la medida en que podemos interpretar las obras de gentes tan distintas a nosotros), las pinturas, las tallas y demás realizaciones de nuestros remotos antepasados son tan deliberadamente artísticas y tan complejas (o tal vez más, visto lo que ofrece el panorama) como la de cualquier conspicuo artista contemporáneo.
El libro de Brigitte y Gilles Delluc es mucho más específico, pues se limita a la descripción e interpretación de las pinturas y grabados de esa «Capilla Sixtina» del arte prehistórico que es la cueva de Lascaux. La verdad es que, tanto por mis dificultades con el francés como por lo profuso de las ilustraciones, con esta monografía me he limitado a una lectura a salto de mata, a la caza y captura de los detalles que más me interesaban, en especial de las explicaciones sobre las impresionantes figuras de toros y caballos (de verdad que impresionan cuando se ven en la cueva, bueno, en la reproducción de la cueva). De todas formas, es un libro que voy a dejar a mano sobre mis estantes favoritos, para ir echándole un vistazo de vez en cuando.
The Pont du Gard es otra monografía dedicada a analizar la historia, la técnica constructiva y demás aspectos relevantes del mayor acueducto erigido por los romanos en la inmensidad de su imperio. La compré no sólo por mi absoluta admiración por esta gente (Pilar suele reírse de mí invocando a intervalos regulares una de mis frases-emblema: «qué gran pueblo los romanos»), sino para proveer de documentación a un compañero de trabajo, Imanol Martín, magnífico diseñador en Flash que lleva meses haciendo coliseos, foros y acueductos para las aplicaciones didácticas que elabora el CNICE en colaboración con el PNTE y otras instituciones análogas de las admistraciones educativas autonómicas. Aunque el Pont du Gard sea una obra que todo el mundo ha visto centenares de veces en fotos y en documentales, gana muchísimos enteros en la realidad. Por una vez, las guías turísticas aciertan totalmente: visto de cerca, le deja a uno sin respiración. Y cuando se van leyendo los detalles sobre la arquitectura del acueducto, sobre las redes hidráulicas y los sistemas de canalización, el asombro es ya completo y perdurable. ¡Qué talento el de los ingenieros romanos de hace dos mil años, qué capacidad de planificación, qué confianza en sí mismos y en lo sólido de sus propósitos! Y algunos por aquí cerca, que persisten en afirmar el orgullo de no haber sido contaminados por su influencia colonizadora. Ya se les nota, ya.
Vialou, Denis, Our Prehistoric Past. Art and Civilization, London, Thames and Hudson, 1998, 160 páginas.
Delluc, Brigitte y Gilles Delluc, Connaître Lascaux, Bordeaux, Éditions Sud Ouest, 1989, 64 páginas.
A.A.V.V., The Pont du Gard and The Roman Aqueduct From Uzès to Nîmes, Firenze, Casa Editrice Bonechi, 2003, 64 páginas.
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