¿Quién es el Tigre? Para quienes no lo hayan adivinado ya, el Tigre corresponde al alias bloguero del autor de este sitio web. El apodo es fruto del talento cómico de mi cuñado, Óscar Agudo, experto en motejar a personajes públicos y privados con apelativos geniales que acaban por hacer olvidar el verdadero nombre del aludido. Los de mi familia son legión: «la Sue», «la Chuqui», «El heredero», «Los Tigres», la doctora Quinn», «Torrente», «Cabecicas», «La Pi», etc.
El mote era originalmente un poco más largo, «El Tigre de Covaleda», que suena a nombre artístico de torero o de campeón de lucha libre, y viene que ni pintado para el título de este blog, porque, entre otras muchas virtudes que he descubierto a posteriori, permite construir un octosílabo muy eufónico. No sé muy bien por qué razones Óscar me puso el mote, aunque puedo imaginarlas… En cualquier caso, es evidente que los siete largos y fructíferos cursos durante los cuales ejercí como profesor en el IES «Picos de Urbión», de la localidad soriana de Covaleda, no pasaron en balde.
Aunque un poco escondido detrás de la puerta, por aquello del qué dirán, de una de las paredes de mi cuarto de trabajo cuelga el cartel taurino que inmortaliza el apodo; se lo encargué a un artesano anónimo, de manos febriles y conversación fascinante, en el Rastro de Madrid. No es que lo mire todos los días, pero no me importa reconocer que me agrada ver mi involuntario nombre artístico al lado de los de José Tomás y El Juli. Y además, qué cuernos, algo tengo de torero: además del recuerdo familiar de la cogida de mi abuela, Clara Herrera Herrera en el encierro del 8 de julio de 1939, llevo encima dos arañazos por asta de vaquilla (uno en la tripa, el otro en la pierna derecha), y unas cuantas contusiones, todas ellas producto de una época ya lejana, hace más de treinta años, cuando era capaz de superar el miedo y correr en los encierros de los Sanfermines.
La Pi dice
Hombre, la verdad es que lo de «El tigre de Covaleda» tiene su gracia, sobre todo si se conoce a Eduardo en persona. Yo tampoco recuerdo exactamente el origen del apodo (que, con el paso del tiempo, y en familia, se ha quedado sólo en «el tigre») pero la vehemencia con la que habla, actúa y, en general, su ímpetu vital recuerdan mucho a la agresividad y empuje de los felinos. El hombre es, sin duda, adorable, pero no se ajusta precisamente a ese canon de hombre suave, sensible, un poco femenino, etc., que se ha puesto tan de moda («mariconeces, vamos», diría él). Concuerda más con la especie hispánica, de pura casta, un poco ruda, hasta tímida y noble. Como los tigres.