
Mucho hablar de la perversidad intrínseca de Microsoft, pero en la industria informática hay otros colosos con un apetito tan desenfrenado como el de la compañía de Bill Gates. Si este ha levantado, ladrillo o ladrillo, su imperio colosal, otros monstruos de la industria no le andan a la zaga en ambición y gigantismo.
Ahí tenemos los casos del fabricante de routers Cisco, con sus múltiples tentáculos distribuidos por la Red, o el de la empresa Oracle con sus bases de datos descomunales y su atrabiliario presidente Larry Ellison, o el del monstruo Hewlett-Packard, responsable de ese invento genial del marketing que consiste en fabricar impresoras cuyos cartuchos de tinta son casi más caros que las propias máquinas.
Y ahora viene a sumarse al delirio de absorciones y expansiones Adobe, con un nuevo ladrillo que añadir a los que ya le habían servido para levantar su emporio de la distribución de documentos y el software gráfico. Tal como han puesto de relieve todos los medios de comunicación, Adobe acaba de engullir a Macromedia y se queda solo en el ámbito de la edición web, lo cual significa ganancia para los accionistas, por supuesto, pero menos competencia para el usuario. Si Dreamweaver, Flash y Photoshop ya eran caros, carísimos, no quiero ni pensar a qué precio nos los van a poner a los sufridos consumidores de estos productos.
Adenda del 21 de junio de 2020
Cuando yo escribí este artículo, hace la friolera de 15 años, tenía un legítimo interés en los productos de Macromedia, pues durante mucho tiempo fui usuario de Dreamweaver y Flash, cuyas licencias pagué religiosamente en su momento. No creo que volviera a hacerlo ni siquiera en caso de extrema necesidad, pues el modelo actual de suscripción de Adobe es, como yo me temía, absolutamente prohibitivo. Ladrillo a ladrillo, y dólar a dólar, los de Adobe habrán engordado, qué duda cabe, su cuenta de resultados.
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