Leo hoy en el suplemento CiberPaís que la Asociación de Compositores y Autores de Música (ACAM) se ha hecho eco de un artículo de Emma Pike, Directora General de la British Music Rights, contra las licencias de Creative Commons. La señora Pike cita entre sus argumentos la opinión de un abogado norteamericano, un tal Lawrence Lessig, quien en un artículo publicado en la revista Forbes moteja a los defensores de este tipo de licencias con la elegante etiqueta de «una cuadrilla de oportunistas» (a bunch of gleaners).
Habida cuenta que tanto La Bitácora del Tigre como otras webs de las que soy responsable están presididas por este tipo de licencias, tendré a partir de ahora que considerarme un oportunista confeso y tal vez convicto, con la circunstancia agravante de haber perpetrado mi delito «en cuadrilla».
En fin, como yo no soy abogado (lagarto, lagarto), ignoro las minuciosas implicaciones legales de publicar mis modestas creaciones bajo las etiquetas de Creative Commons, y estoy dispuesto a admitir que, como casi todo en la vida, no es oro todo lo que reluce en el mundillo del software libre, el copyleft y demás fenómenos conexos. Lo que tengo muy claro, en cambio, es que con sus reiterados posicionamientos en contra de su actual estatus, la ACAM, la BMR, la SGAE y tantas otras entidades y asociaciones de este tipo no hacen más que poner palos en las ruedas de los intereses ciudadanos, asfixiando la difusión de la información y la cultura a través de Internet.
Por mucho que me esfuerzo, no veo nada de malo en que un servidor (me refiero con esta palabra a mí mismo, por si la palabra induce a error) divulgue sus materiales libremente por la Red, con unas mínimas limitaciones que parecen de sentido común, y que no tienen otro objetivo que el del reconocimiento (aunque sea moral) de la obra propia. Lo que yo hago con lo mío no obliga a nadie más, salvo que se piense (y creo sinceramente que es lo que algunos temen), que el éxito de estas nuevas formas de distribución sea de tal calibre que obligue a quienes están bien amurallados tras sus regalías a refundar sus chiringuitos. Ciertamente, hay más de un pope cultural que bien haría en meditar largo y tendido sobre el asunto.
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