Para hacer compañía a los felinos rayados de la bitácora, he aquí a otros dos de los miembros de la familia felina, que se reparten sus respectivos nichos ecológicos por los armarios y estanterías de la casa. Desde sus elevadas atalayas otean el horizonte, protegidos del acoso de mis sobrinos por las disuasorias cubiertas de las Obras completas de Jorge Luis Borges y por las coloridas portadas de las novelas de crímenes de Agatha Christie.
El primero es uno de los más esquivos y por tanto menos conocidos de entre los grandes felinos, el irbis, también llamado leopardo o pantera de las nieves. Habitante en estado salvaje de las montañas de Asia Central, éste llegó a casa, como casi todos sus parientes, tras el consabido safari nocturno por el recinto de la Feria, durante las Fiestas de San Fermín. Y aunque las noches de los sanfermines no son el mejor momento para realizar proezas de coordinación mano-ojo (todo el mundo puede suponer por qué), conseguimos rescatar a este hermoso ejemplar de su reclusión tras los cristales. Os aseguro que la hazaña tuvo su mérito, porque el brazo de la grúa casi no podía con su rollizo cuerpo.
El segundo peluche corresponde al Rey de la Selva, que paradójicamente resulta ser también el más infeliz, o quizás el menos afortunado, de toda la familia. Un león achacoso y depauperado, lleno de remiendos, con la melena sarnosa y una expresión en sus ojos como de haber sido abandonado por una larga sucesión de crueles domadores de circo. A diferencia de otros parientes más esquivos y antipáticos, nuestro pobre león agradece el afecto de los niños, a quienes solicita desde su guarida, con la muda elocuencia de sus ojos tristes, una suave caricia.
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