
Una de las grandes satisfacciones que de vez en cuando me procura mi afición de reseñista es la de recibir mensajes de algún desconocido corresponsal que me hace partícipe de los detalles de su vida. Uno de los más conmovedores que me han llegado nunca fue el de un ex-marino mercante, tocayo mío, que además de felicitarme por la reseña de Mar cruel, me contaba algunos episodios de sus azarosas singladuras, historias de marinos y buques mercantes que ponían el corazón en un puño.
No he podido menos que acordarme de este marino y de sus aventuras (algunas de ellas suceden por idénticos rumbos, aunque en barcos muy diferentes, y en épocas también distintas), mientras leía la novela que deseo comentar aquí: Entre dos banderas, de Elías Meana, una historia de marinos mercantes teñida de ese mismo espíritu, recio, digno y admirable, de los relatos que en su día me contó Eduardo.
Aunque la novela de Meana no destaque precisamente por sus cualidades literarias, pues su estilo resulta algo tosco, su estructura narrativa previsible y presenta algunos errores sintácticos y de ortografía de bulto, sin embargo, toda ella respira una autenticidad indudable, un vigor y una intensidad nacidos de la experiencia y del aprendizaje (la novela se basa en una historia personal que el autor conoció durante los años en que trabajó en la marina mercante), que se imponen a los lectores por encima de cualquier otra consideración. La vida de Emilio, capitán del mercante Aitana, constituye un ejemplo de la dignidad de los antiguos oficios, de actitudes de lealtad y respeto a los principios personales que ya casi nos parecen anacrónicas, cuando no risibles.
Entre dos banderas narra las peripecias de los tripulantes del Aitana, un mercante especializado en el transporte de madera entre España y la colonia de Guinea. El estallido de la Guerra Civil y la lealtad de la tripulación al bando republicano convertirán la nada fácil existencia de los marinos en un oficio todavía más arriesgado y, en algunos casos, mortal. No quiero adelantar los pormenores del argumento, pero en la novela nos encontramos escenas que representan muy bien lo que fue el trabajo en los buques mercantes que se vieron envueltos en la contienda civil y en la Segunda Guerra Mundial: arriesgadas rutas de evasión y misiones de transporte de armas no menos peligrosas, encuentros con submarinos corsarios, navegación en convoyes por las durísimas aguas del Atlántico Norte.
Todo ello protagonizado por unos personajes que destacan no tanto por su valor literario (las complejidades psicológicas no son el fuerte del autor), pero sí por su coraje, por su dignidad, por su valor ejemplar como seres humanos cortados de una pieza. Los marinos (civiles y militares) de Entre dos banderas viven su oficio con pasión y compromiso, pero sin la más mínima arrogancia. Son gente de una nobleza y una lealtad a toda prueba, que incluso pueden llegar a admirar a sus adversarios, a quienes consideran víctimas de las circunstancias, en vez de enemigos personales.
Ese sentimiento de fraternidad entre los hombres de la mar, junto con la impresión de vida auténtica, directamente vivida, que Elías Meana sabe transmitir cuando describe las tareas habituales del servicio -el trazado de la derrota, el cálculo de la estiba, las largas velas de las guardias, la angustia y los esfuerzos de la navegación en convoyes- son probablemente el aspecto más atrayente de la novela, sobre todo para los lectores más aficionados a este tipo de relatos y que están familiarizados con la terminología naval. A pesar de que las simpatías del autor y de los personajes se inclinan claramente ante el bando republicano y al de los aliados, la novela nunca toma tintes combatientes, y mucho menos sectarios. Lo que importa al autor son los hombres, mucho más que sus causas. Es una perspectiva que a veces proporciona a la novela un tono idealista, romántico, incluso ahistórico, pero que en cualquier caso se agradece mucho, sobre todo ahora que parece que algunos se han empeñado en desenterrar el discurso apocalíptico de las «dos Españas».
No sé si quedará mucha gente como Emilio Ballvona en su oficio (algún barrunto tengo de que siguen en la brecha), pero sería apasionante conocerla.
Algunos detalles sobre el origen de la novela y una breve entrevista con el autor pueden leerse aquí.
Elías Meana, Entre dos banderas. Los que nunca contaron, Barcelona, Editorial Noray (Col. «Narrativa Marítima»), 2004, 316 páginas.
Preocupado por los «errores sintácticos y de ortografía de bulto», que dice haber encontrado, en mi novela, la he repasado sin conseguir detectarlos.
Por favor: ¿podría indicarme en que página o paginas están?.
Por otra parte, le agradezco sinceramente su crítica y opinión.
Atentamente.
Elías Meana Díaz
He leído la novela en cuestión y tampoco he encontrado «errores sintácticos y de ortografía de bulto» y al igual que D. Elías Meana me gustaría (por simple curiosidad) saber donde están. Es un asuntillo de amor propio.
Saludos
Roldán Sanz
Como veo que el asunto cunde, me veo en la obligación de responder públicamente, aunque ya lo hice en privado ante el autor de la novela. Cuando la leí, advertí algunos errores llamativos, que no apunté (mea culpa). Luego, tras leer el comentario de Elías Meana, repasé la novela, y no localicé ningún gazapo particularmente llamativo, lo cual no significa que mi observación carezca de fundamento; soy profesor de Lengua en un instituto de Educación Secundaria y tengo buen ojo para estas cosas.
De todas formas, sé que el argumento es débil y también soy plenamente consciente de que no se puede acusar sin pruebas, actitud por la cual no tengo ningún inconveniente en presentar mis más sinceras disculpas ante Elías Meana por lo que bien puede considerar como una baladronada o una evidente falta de prudencia. He considerado la posibilidad de eliminar el reproche, pero al final he decidido mantenerlo, para que conste mi opinión y tengan sentido los comentarios de Elías y Roldán. Otros lectores tienen ahora la palabra.
Sr. Eduardo un consejo si me lo permite. No sea tan categórico en sus afirmaciones, pues cae usted en la pedanteria no sin notarse que sus letras son una SIMPLE y LLANA opinión con las que intenta aleccionarnos desde un trono que denota no ocupar.
Tomo nota del consejo, Pablo. Procuro no ser demasiado categórico, como usted dice, pero no siempre lo consigo. Tal vez sea pedante, pero desde luego nunca he querido aleccionar a nadie, faltaría más.
Sinceramente, creo que lo honesto en este caso es que borrara del cuerpo del artículo la crítica a cerca de los supuestos errores y como mucho la dejase en los comentarios , junto con su explicación y su disculpa.
A no ser que se tome la molestia de encontrar las pruebas que justifican su comentario y de esta manera permitir a los que leemos el articulo juzgar la gravedad de los supuestos errores, insisto en que me parece más bien la técnica de hacer correr un rumor, es decir «creete lo que yo digo solo por que yo lo digo».
Este comentario, parte de alguien que no ha leido este libro y que simplemente se sorprende una vez más de la manera en que interactuamos los humanos.
Saludos