Acabo de leer la columna que, como todos los lunes, publica Eduardo Mendoza en la última página de El País. «El cachete«, se titula, y en ella arroja algunas demoledoras cargas de profundidad contra esos insidiosos submarinos de la corrección política que en las últimas semanas han solicitado una reforma de las leyes españolas, encaminada a sancionar los castigos físicos contra los niños en el hogar.
Frente a la bobaliconería imperante en estos asuntos, Mendoza pone de relieve, con ese humor tan suyo (que no sólo es una marca de la casa, sino un verdadero alivio de los habituales sobresaltos que nos depara la prensa a la hora del desayuno) algunas verdades como puños.
Transcribo el párrafo central del artículo, realmente antológico:
Confieso que a mí, personalmente, la cosa no me parece tan reprobable. Por supuesto, sería mejor reemplazar el guantazo por una razonada persuasión, pero los niños no son, en general, muy reflexivos, y no todos los padres están dotados de la necesaria capacidad dialéctica. En cambio, los niños, en especial los más pequeños, viven en un estado de constante violencia física. Cada dos por tres se van de morros por el suelo, se hacen chichones con los cantos de las mesas y, si son activos y curiosos, se caen al agua y se electrocutan metiendo el dedo en el enchufe. Los parvularios son verdaderos campos de Agramante. También las muestras de afecto que dan y, sobre todo, que reciben son de este tipo: besuqueos, morisquetas, achuchones y mordiscos. Los bebés son lanzados repetidamente al aire y vueltos a recoger con gran contentamiento; pocos adultos se ven sometidos a esta experiencia. Creo que el bofetón casero debe ser examinado en este contexto.
Hace ya mucho tiempo que Mendoza tiene bien ganada una posición de prestigio en la historia de la literatura española. Columnas como esta de “El cachete” demuestran que, además de un narrador magistral y sumamente entretenido, es también un hombre con la cabeza en su sitio, que en vez de apuntarse al seguimiento de consignas sectarias (un vicio cada vez más evidente en un diario de tanto prestigio como El País) se deja guiar por la sensatez y por un sentido común apabullante. Un lujo, el de mi tocayo barcelonés en el matutino madrileño.
Elisa dice
Hoy, en El País, un magnífico artículo de mi admirado Fernando Savater sobre el mismo tema con su habitual claridad de exposición. En él se hace referencia a la película El milagro de Anna Sullivan que el año pasado tuve la oportunidad de ver en un seminario que organizó el CEP de Sevilla sobre Cine y Educación Especial. Ambos, artículo y película, pueden hacernos pensar bastante a las personas que nos enfrentamos a la complicada tarea de educar hijos propios o ajenos. Os los recomiendo.
Eduardo dice
Gracias, Elisa, por tu colaboración con La Bitácora del Tigre. Lo primero que se me ocurrió al leer el texto de Savater fue la coincidencia con los puntos de vista de Mendoza. Y la verdad es que resulta difícil sustraerse a la idea de que ambos, Savater y Mendoza, no hacen otra cosa que utilizar el sentido común, «el menos común de los sentidos», como alguna vez se ha dicho.
Eduardo dice
Ayer publicaba El País una columna de Javier Marías en la que el novelista madrileño ponía de relieve la desaforada reacción de algunos medios y personas ante el artículo de Mendoza. Que alguien se atreva a calificarlo de «apologista del maltrato infantil» por palabras como las suyas, tan sensatas, comedidas y llenas de sentido común, es un síntoma elocuente de en qué clase de sociedad vivimos, llena de pequeños tiranos empeñados en hacernos comulgar a todos con sus particulares ruedas de molino.