«Como un rugido de tigre / es mi voz», cantaba Jaime Urrutia, el líder de Gabinete Caligari. Tan potente como la del felino rayado quisiera que fuera la mía, la voz del Tigre, que con la presente entrada supera la barrera simbólica de los cien rugidos. Para celebrar el suceso, y rendir un modesto homenaje a Jaime Urrutia, Ferni Presas y Edi Clavo (por cierto, creo que el cantante de los Caligari estudió Filología Semítica, así que, de algún modo, somos colegas), aquí va el podcast de «Rugido de tigre» (Camino Soria, 1987), con esos inconfundibles teclados rugientes, que tanto me gustan.
Y, bien, ¿qué puedo decir tras ese número redondo, y después de casi un año de presencia en la Red, que se cumplirá el próximo día 10 de abril? Ante todo, y antes de entrar en pormenores, que lo de ser bloguero, o bloguista, o bitacorero, o bitacorista (como cada uno prefiera) es simple y llanamente adictivo. Yo siempre digo que desconfío de toda persona que no tenga un vicio visible; confieso que uno de los míos, además de las pipas de girasol, es la dedicación a la bitácora.
No es un vicio solitario, como algún mal pensado podría pensar. Tiene, sí, su inevitable parte de soledad, de estrés, de angustia ante el papel (?) en blanco, pero también sus compensaciones: la compañía de algunos fieles lectores y lectoras, las sorpresas, las relaciones insólitas, los hallazgos y, por supuesto, la enorme rentabilidad económica derivada de la inserción de anuncios patrocionados por Google (José Mª González-Serna puede sentirse acompañado en la expresión de sus neuras; desde que instalé en la bitácora los botones de Adsense y Firefox he contabilizado un único clic en ambas categorías), que le ayudan a uno a pagar el alojamiento.
Me he propuesto hacer balance, siquiera provisional, de estas cien primeras entradas de la bitácora (toco madera). Tras el correspondiente examen de conciencia, quedan en pie muchas perplejidades, y un puñado de ideas claras, que expongo a continuación (el orden es que están expuestas no tiene mucho que ver con su importancia relativa):
- Que es muy difícil alcanzar una voz propia y, sobre todo, mantenerla fresca. Uno tiende a imitar a los maestros, sean quienes sean (los maestros de los blogs son difusos, pero existen), a repetirse, a utilizar modismos característicos, a ser manierista.
- Que los blogueros tenemos una irreprimible tendencia a movernos en círculos que, si no son del todo viciosos, tampoco alcanzan de todo el terreno de la virtud. Es verdad que los comentarios, las metaentradas y las reseñas de reseñas, hasta llegar a la enésima potencia, tejen redes muy interesantes. Pero el material original, innovador y creativo escasea, como no podía ser de otro modo.
- Que las costumbres asentadas en la práctica de la blogosfera (eso de publicar con frecuencia regular, no inferior a la de una entrada por semana) generan una exigencia casi tiránica, a la que cada uno se sobrepone como puede. Sería muy interesante recopilar en un ensayo los trucos del oficio, no sólo para echar unas risas, sino también para orientar a los recién llegados.
- Que las tareas de mantenimiento y gestión de las bitácoras, a veces imprescindibles, a veces sólo guiadas por la natural curiosidad tecnológica de los asiduos a los blogs, se llevan una parte considerable de nuestras energías. A estos efectos, un gestor de contenidos (CMS) como WordPress tiene algo de castigo mitológico: uno puede empujarlo cuesta arriba con arduos esfuerzos, sólo para comprobar en la cumbre que con las nuevas versiones, los nuevos plugins y aditamentos, su WordPress enseguida echa a rodar cuesta abajo.
- Que el que acabo de citar no es el único tormento al que el destino condena a los réprobos bitacoristas. Por mucho que uno incorpore a su modus operandi habitual determinadas sofisticaciones tecnológicas (programas lectores de feeds y fuentes RSS, suscripción a novedades, pingbacks, trackbacks y demás virguerías), el caudal de información al alcance de la mano se torna inmanejable. Es casi imposible mantenerse al tanto de lo que se cuece en la blogosfera, a no ser que uno sea un profesional de la escritura en bitácoras (y probablemente, ni siquiera así).
- Que a buenas horas se me ocurre dedicar la parte del león de la mía a la reseña de libros y películas. Sí, claro que me gusta, de hecho me encanta escribir sobre relatos literarios y cinematográficos, pero no es fácil mantener la productividad cuando no todo lo que se lee, y desde luego no todo lo que se ve en la pantalla, merece una crítica más o menos presentable. Los habituales de La Bitácora del Tigre habrán podido comprobar cómo a lo largo de su evolución he ido diversificando la producción, siempre intentando maximizar la relación esfuerzo-resultados (es broma, aunque no del todo).
- Que a los gestores de contenido online que casi todos los blogueros empleamos les queda todavía mucho camino por delante para alcanzar la facilidad de uso y la intuitividad de los procesadores de textos. Faltan herramientas integradas de corrección ortográfica y de sinónimos, son necesarios interfaces más acogedores, y se echa en falta un mejor soporte para textos largos y complejos. Que éstos no sean la forma habitual de expresión de los blogs no es excusa para que no sean tenidos en cuenta.
- Que para un profesor provisionalmente «retirado de la tiza», una bitácora educativa (ma non troppo) como la mía ha sido algo así como una tabla de salvación. En un puesto de trabajo como el que ahora mismo desempeño existe una tendencia casi inevitable al aislamiento en la torre de marfil tecnológica (el mundo fascinante, pero inhóspito, de los antivirus, de las configuraciones de red, de las incidencias con el hardware y los sistemas operativos). El contacto con los compañeros de profesión que publican regularmente sus bitácoras educativas y me trasladan el pulso cotidiano de sus centros y de su experiencia docente tiene para mí un valor inapreciable.
- Que, a pesar de los pesares, del trabajo autoimpuesto por el cumplimiento de las promesas hechas a la audiencia, la experiencia merece, y mucho, la pena. Sólo el tiempo dirá si esto de las bitácoras es tan importante como parece, y dará y quitará razones, pero de momento el fenómeno se extiende, y cada vez llega más lejos y a públicos más amplios y heterogéneos.
- Que, al menos en el ámbito en el que yo me muevo, lo mejor de la blogosfera son justamente los blogueros y las blogueras. En su momento, cuando comencé a considerar la posibilidad de abrir tienda en la plaza pública, me lo pensé más de dos veces, pues había comprobado que muchas de las «conversaciones» de las bitácoras que conocía, singularmente las de temas sociales y políticos, se movían en un nivel de agresividad y maledicencia insoportable. Sin embargo, me congratulo en afirmar que los visitantes de La Bitácora del Tigre y los de otros blogs más o menos educativos que frecuento son caballeros y damas sin tacha. Como hubieran dicho los castizos de Gabinete Caligari, en uno de sus habituales desplantes toreros, «va por ustedes» (y hasta la entrada número quinientos, añado yo).
Glez.-Serna dice
Feliz aniversario bloguero, Eduardo. La verdad es que sitios como esta morada del tigre y tu Lengua en Secundaria justifican a menudo las horas de navegación por la web.
Por otro lado, me gustaría animarte a que escribieras ese ensayo sobre cómo cumplir con la regularidad blogueril porque incluso los que levamos ya tiempo en esto nos las vemos y deseamos de vez en cuando.
rodrigo dice
ke chafa yo keria escuchar rugidos
Eduardo Larequi dice
Los de este blog son rugidos metafóricos, Rodrigo, ya lo siento.