Cuando uno recorre la blogosfera, se le ponen los pelos como escarpias al leer historias sobre bitácoras asaltadas, violadas y hasta desventradas por los desaprensivos de turno. «Que no se fijen demasiado en la mía», piensa el bloguero artesano, haciendo al mismo tiempo una reserva mental, pues lo que quiere, cómo no, es que todo el mundo recorra su creación, la discuta y le pase el enlace a los colegas.
Los que trabajamos con gestores de contenidos como WordPress tenemos al respecto sentimientos ambivalentes: sabemos, por una parte, que nuestras plataformas son bien conocidas por las fuerzas del mal; por otra, confiamos en que los programadores de WordPress tomen las medidas oportunas para que los crackers, hackers, phreakers se queden con tres palmos de narices.
Así que cualquier nueva versión del gestor de contenidos, más aún si corrige fallos de seguridad y vulnerabilidades, es bienvenida. Éste es el caso de la actualización a WordPress 2.0.3, que ha sido publicada hace poco más de veinticuatro horas, y que me he apresurado a descargar e instalar.
El procedimiento de actualización, que está documentadísimo en el Codex de WordPress, ya lo he descrito varias veces: hacer copia de seguridad de la base de datos, del wp-config.php y de los archivos transformados (temas, plugins, imágenes, etc.), desactivar los plugins, borrar los archivos viejos y subir por FTP los nuevos. A continuación se ejecuta el upgrade.php, se reactivan los plugins, y, hala, a seguir blogueando. Qué herramienta tan maravillosa, una vez segura y en perfecto estado de revista, tras la actualización a WordPress 2.0.3.
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