Este fin de semana, largo, frío y lluvioso, lo he dedicado en gran parte a los rituales familiares: cuchipandas de cumpleaños, la tradicional visita a la exposición de la Asociación de Belenistas de Pamplona (que a mi hermano José Ángel y a mí, antiguos maquetistas, siempre nos pone los dientes largos) y alguna escapada al cine con los sobrinos.
La celebración del cumpleaños de uno de ellos me ha permitido darme cuenta, por primera vez, de qué significa en realidad esa denominación, un tanto pedantesca y solemne, de «nativos digitales». En la práctica quiere decir que Helena, la mayor de mis sobrinos, chatea a sus diez años con los amigos del cole (sobre todo con las chicas) con una habilidad consumada; que su hermano Javier, que tiene ocho a punto de cumplir, es un monstruo del Age of Empires III, sabe buscar en Google y escribir breves relatos de ficción en Word, y que su primo Sergio, de siete, tiene una habilidad innata con los juegos en Flash, aunque lo que le verdad le apasiona es el fútbol (el real, se entiende, no sus simulacros virtuales).
Con los tres niños he mantenido conversaciones apasionantes que sirven muy bien para caracterizar a ese creciente grupo de nativos digitales: Javier mostraba su inquietud por las disposiciones legales en torno a las redes P2P (claro, no hay sesión de cine, vespertina o nocturna, que no incluya las consabidas advertencias contra las descargas por Internet). Helena me ha enseñado con autoridad y desparpajo impropios de su edad a configurar el Messenger y a chatear, algo que yo sólo había hecho un par de veces antes, y con bastante renuencia. Sergio, por su parte, me ha demostrado que su capacidad para concentrarse ante la pantalla de un monitor resulta casi invulnerable a los estímulos del mundo exterior (en eso se parece a su tío y padrino, por cierto).
Los tres chavales dan por supuesta la existencia de los ordenadores y de la conexión por banda ancha a Internet. Navegan con fluidez, manejan el ratón sin ningún problema, utilizan los reproductores de MP3 y de vídeo digital como si hubieran nacido con ellos a cuestas (bueno, es que así ha sido), toman fotos digitales y las ven en el ordenador y sólo se atascan en la lectura de algunos mensajes y, por supuesto, ante la escritura de textos de cierta longitud. Todavía teclean despacio y cometen bastantes faltas, pero su seguridad y aplomo ante la pantalla son asombrosos y, hasta cierto punto, desconcertantes.
El sábado por la tarde estuve chateando con Helena, la mayor, durante un rato. Tenía la extraña sensación de que al otro lado de la línea no había una niña de diez años, sino una persona adulta, que además practicaba las convenciones del lenguaje SMS de forma bastante moderada, porque su padre (mi hermano) es bastante exigente con todo lo que tiene que ver con la expresión escrita.
He llegado a un acuerdo con mi sobrina, que consiste en chatear con ella siempre que se esfuerce en escribir bien y en corregir las faltas. No le voy a exigir que sea Demóstenes en el chat, pero ya le he advertido que no pienso contestarle si se dirige a mí con un «q tl sts tío», por mucho que, en este caso, el vocativo sea ortográficamente correcto, semánticamente impecable y pragmáticamente adecuado.
Nativos digitales más que competentes
Por muy nativos digitales que sean los chicos y chicas de la edad de Helena, Javier y Sergio, este inmigrante digital que soy yo se siente muy orgulloso de haber podido impartirles algunas lecciones. Y desde luego han sabido aprovecharlas, como demuestra el magnífico blog de Javier Larequi Fontaneda.
celestino arteta dice
Realmente «ellos» si que le ven sentido a la tecnología, la utilizan para expresarse y comunicarse, para el ocio y el divertimento, en definitiva para su vida. Mientras los «mayores» nos hacemos unos lios bárbaros con la web 2.0, herramientas y más herramientas, nubes de tags, etc…Como reflexionaba un compañero en su blog ¿estaremos haciendo difícil lo fácil?. Me ha parecido realmente esclarecedor tu relato.
Un saludo
Amparo (tu hermana) dice
Es alucinante ver a los chavales manejarse con el ordenador, los videojuegos o las consolas, pero ¿no crees que su afición a la lectura se va a quedar resumida en los chateos o las páginas de Internet, de donde recogen los datos para realizar los trabajos del cole?. ¿O que tal vez vamos a perder esas tardes de invierno jugando a las cartas o a diferentes juegos de mesa? ;¿o no te acuerdas cómo jugábamos al porrazo con la tía Anastasia?. No voy en contra del progreso, pero todo en su justa medida y eso espero que enseñes a tus sobrinos.
Eduardo Larequi dice
Todo tiene su momento y su lugar. No tenemos por qué abandonar las viejas costumbres. Además, ya viste el sábado que Sergio y Javier preferían jugar conmigo al Monopoly que con los juegos del ordenador. Y es que no hay nada como la comunicación personal. Los chavales se dan cuenta inmediatamente de con quién están a gusto, y entonces se olvidan de las máquinas. Nuestra responsabilidad es hacerles ver que hay tiempo para todo, y que no tienen por qué prescindir de ninguna opción de entretenimiento.
Me hace mucha ilusión que leas y que participes en La Bitácora del Tigre. Saludos a la familia.