Hace mucho tiempo que tenía anotada en mi lista de lecturas pendientes la de Dino Buzzati y su Desierto de los tártaros, una novela de 1940 que consagró al escritor como uno de los más importantes novelistas italianos de su época. Recuerdo haber leído algún fragmento de la novela, también algún relato suelto (se dice que Buzzati, de cuyo nacimiento se cumple este año el centenario, es mucho mejor como cuentista que como autor de novelas), y tengo una vaga memoria de haber visto hace ya bastante tiempo (tal vez no entera, probablemente en la tele), la película de Valerio Zurlini, una coproducción franco-italiano-alemana, del año 1976, que adaptó el original novelístico a la gran pantalla.
Mis recuerdos de la película son tan inconcretos y vagorosos como la Fortaleza Bastiani de la novela, un lugar perdido entre montañas altísimas, y asomado al desierto del Norte, por el que alguna vez atacarán los tártaros. Allí va destinado el protagonista de la novela, el teniente Giovanni Drogo, recién salido de la academia militar, para lo que cree ser un destino breve y fugaz. Sin embargo, la estancia de Drogo en ese remoto acuartelamiento ocupará toda su vida. Aunque al principio sea muy reticente a enterrar su juventud entre los muros de la fortaleza, poco a poco Drogo descubre la fascinación que ejercen las rutinas del servicio, la tensa espera de un ataque al mismo tiempo temido y anhelado, el asedio por un enemigo remoto, desconocido e invisible.
Se podría decir, aprovechando los muchos sentidos del término, que Drogo entrega su vida a un espejismo. Porque, efectivamente, la Fortaleza Bastiani, en su inconcreción espacial y temporal, en su alejamiento deliberado de todo referente histórico y geográfico, constituye un espacio que adquiere un tono irreal, no exactamente fantástico, pero al menos borroso, enigmático, distante. Buzzati construye con recursos narrativos muy medidos, casi minimalistas, un escenario de ficción de aire vagamente decimonónico (los personajes montan a caballo y en carroza, se utilizan catalejos y piezas de artillería, pero no hay artefactos más modernos que ésos), aunque en última instancia cronológicamente impreciso e inasible. Y en cuanto a su ubicación espacial, ocurre algo muy parecido: la Fortaleza Bastiani a veces podría pasar por un enclave alpino, pues son mayoría los apellidos italianos de sus ocupantes (pero también los hay españoles o alemanes), y ciertos detalles del clima o la flora evocan las cumbres de los Dolomitas o del Tirol, pero en otras ocasiones la soledad y desnudez de los paisajes que rodean la fortificación traen a la imaginación las imágenes de un puesto aislado en un desierto africano o de Oriente Medio.
La espera de décadas con la que se compromete Drogo, llevado en primera instancia por su entusiasmo de joven militar, y luego por la atracción de la rutina y la vida carente de graves inquietudes y sobresaltos del cuartel, es también un espejismo. La novela repite una y otra vez la escena de los oficiales que hacen guardia en los parapetos de la fortaleza, mirando hacia el Norte, sin descubrir otra cosa que los perfiles difusos de unas montañas lejanísimas y unas llanuras vacías. Los enemigos, los míticos tártaros del título de la novela, siempre están por llegar, y a esa espera de lo que nunca ocurre, entre los muros de una fortaleza que poco a poco se va quedando anticuada y sin la mitad de su guarnición, entregan vanamente sus vidas Drogo y sus compañeros.
Nada hay más inútil y malogrado que la vida de Giovanni Drogo. Su juventud ha sido malbaratada en nombre de una causa fútil, irreal. Su vida se ha desarrollado sin auténticas pasiones, sin verdaderos amigos, casi sin familia, sin amor, con el único norte de su compromiso con el oficio militar y del casi incomprensible misticismo (porque los personajes de la novela parecen monjes de una extraña orden ascética, en vez de soldados) asociado al modo de vida de una guarnición perdida, prácticamente abandonada a su suerte. Cuando por fin llegan los enemigos ante los muros de la Fortaleza, tras una espera de decenios apenas anunciada por los vagos indicios de una obra de pavimentación que los propios oficiales que la descubren en la lejanía casi se niegan a creer, Drogo, que hubiera justificado su vida con los actos heroicos del combate, está enfermo, y debe ser evacuado sin poder participar en la batalla.
El desierto de los tártaros es, como señala Jorge Luis Borges en el prólogo, la novela de la infinita postergación, pero también del silencio y de la reticencia. Acaso por la sequedad y la contención de la vida castrense, prácticamente ninguno de los personajes, y desde luego el protagonista, enuncian claramente sus propósitos o emociones. Las conversaciones mueren entre sobreentendidos, en silencios incómodos, en reticencias y evasivas que apuntan a una realidad interior (la de los anhelos insatisfechos, la de la frustración y el sinsentido) nunca reconocida, pero siempre presente, que actúa sobre el lector como una carga cada vez más pesada y agobiante. Hay, a este respecto, algunas escenas tristísimas y de rara belleza, como la conversación que mantienen Drogo y Maria Vescovi, la mujer de la que parece enamorado el joven militar, en uno de los permisos que el teniente disfruta en la ciudad. Ninguno de los dos jóvenes habla directamente de sus emociones y sentimientos, aunque el lector los capta con toda intensidad a través de sus gestos y de la voz del narrador. Mientras dejan pasar la ocasión de confesarse su amor, una oportunidad que con toda evidencia se adivina irrecuperable, el sol va descendiendo en el horizonte y marcando sobre la tarima de la estancia su curso hacia un ocaso preñado de doloroso simbolismo.
Una novela como la de Buzzati hace inevitable las lecturas parabólicas o alegóricas. La configuración de la novela, y la propia tradición crítica, hacen casi imposible sustraerse a la interpretación inquietante de que en el personaje de Giovanni Drogo, enfrentado a un destino esquivo, desposeído de las ilusiones y la vitalidad de la juventud, y víctima no tanto de las circunstancias como de sus propias insuficiencias y errores, se halla un símbolo doloroso y desolador (no es una novela que convenga leer cuando se está bajo de moral) de la condición humana. Por otro lado, también resulta muy intensa la tentación de interpretar varios de los elementos constitutivos de la novela, y especialmente su localización espacio-temporal (si es que tal cosa existe, en rigor), como una llamada de atención sobre el absurdo de una guerra que en 1939, fecha en que se escribió la novela, estaba a punto de incendiar el mundo.
Sin embargo, y aun aceptando, como no podía ser de otra manera, la pertinencia de estas lecturas, yo prefiero interpretar la historia de Giovanni Drogo desde un plano más contenido y personal, como el relato de un hombre que escoge una existencia de entrega, deber y sacrificio, vivida bajo el signo de un anhelo romántico de honor y gloria, y que fracasa por un conjunto de circunstancias en las que se combinan el azar y sus propios defectos de carácter. Por mucho que se haya interpretado este fracaso en un sentido existencial y simbólico, y aun cuando haya aspectos de la novela que se puedan relacionar con la literatura antimilitarista (ninguna novela pone mejor de relieve que El desierto de los tártaros la terrible contradicción inherente al lema del si vis pacem para bellum que en gran medida constituye la esencia de la profesión militar), yo siento una curiosa mezcla de fascinación y desagrado hacia el modo de estar en el mundo de un personaje cuyo primer acto en la Fortaleza Bastiani es negarse a participar abiertamente de las trampas que le propone el médico de la guarnición para reducir la duración de su destino. Claro que Drogo no es un héroe en sentido estricto, ni siquiera un héroe moral, pues sus acciones muchas veces están motivadas por una condición rutinaria y acomodaticia y no tanto por auténtico convencimiento, pero sin embargo es un hombre recto, sin tacha, que no tiene ninguno de los vicios de la vida cuartelera (ni la arrogancia, ni el autoritarismo, ni la insensibilidad o amargura que proceden del embrutecimiento y la falta de horizontes), y que en cambio se muestra educado, leal y cumplidor de su deber hasta el último aliento.
Que su evacuación de la Fortaleza Bastiani, justo antes de la batalla contra el enemigo, sea sentida por el protagonista como una traición imperdonable y un fracaso radical, y que la enfermedad mortal de Giovanni Drogo, tan borrosa e indefinida como todos los elementos esenciales de la novela, sea absurda, por inmerecida, inexplicable y totalmente contraria a sus anhelos más profundos (y con ello se repite el destino de otros compañeros militares, como el soldado Lazzari o el teniente Angustina, que también son víctimas de circunstancias antiheroicas) no implican necesariamente que la vida del protagonista esté desprovista de dignidad, y más bien otorgan al desenlace una belleza inclemente y paradójica, la misma belleza que recorre toda la novela, con su estilo seco, desapasionado, reticente y extrañamente poético. De hecho, es en la muerte solitaria y distanciada donde culmina la corriente de heroísmo subterráneo que caracteriza la vida de Giovanni Drogo, el momento definitivo en que el oficial muestra el coraje y la dignidad que nunca ha podido poner en práctica ante sus fantasmales enemigos. Transcribo los dos párrafos finales de la novela, que ponen en el ánimo del lector una nota de angustiosa congoja:
El cuarto se había llenado de obscuridad, sólo con gran esfuerzo se podía distinguir la blancura de la cama y todo lo demás estaba negro. Al cabo de poco saldría la luna.
¿Tendría tiempo, Drogo, de verla o debería irse antes? La puerta del cuarto palpitaba con un crujido ligero. Tal vez fuera un soplo de viento, un simple remolino de aire de aquellas inestables noches de primavera. Tal vez fuese, en realidad, ella quien entrara, con paso silencioso, y ahora estuviese acercándose al sillón de Drogo. Haciendo fuerza, Giovanni levantó un poco el busto, se arregló con una mano el cuello del uniforme, echó otro vistazo afuera por la ventana, un brevísimo vistazo, para su última ración de estrellas. Después, en la obscuridad, aunque nadie lo viera, sonrió.
Tal vez no fuera ocioso plantearse en clase, con los alumnos de Secundaria y Bachillerato, las preguntas que a cualquier ser humano se le ocurren tras leer la desoladora peripecia del teniente Drogo. Claro está que habría que orientar bien la lectura y, si se me apura, hasta seleccionar con nombres y apellidos a sus destinatarios (no nos vayan a acusar de fomentar estados de ánimo depresivos), porque hay pocas novelas tan patéticas, melancólicas e inquietantes como ésta de Dino Buzzati.
Dino Buzzati, El desierto de los Tártaros, Madrid, Gadir Editorial, 2005, 271 páginas.
juan pereira dice
estubo fantastica la informacion ,muchas gracias
juan pereira dice
no me sirve de nada es una porqueria!!!!!
Eduardo Larequi dice
¿En qué quedamos?
Ricard Ferrer dice
Me he animado a leer el libro gracias a esta reseña y, aunque no ha sido una lectura sencilla, debo decir que me ha gustado mucho.
Creo que es inevitable trazar paralelismos entre la vida que se relata en el Desierto de los Tártaros, con otras existencias, incluso con la propia. La actitud de vivir, confiando en que en algún momento, llegarán acontecimientos extraordinarios que compensarán todos los esfuerzos es probablemente inevitable. En el caso de Drogo, su final es sombrío y desesperanzador, si bien en el último momento se revela contra su destino y consigue una última y postrera victoria.
Un buen libro, gracias por recomendármelo.
Eduardo Larequi dice
Gracias a ti, Ricard, por seguir mis recomendaciones. Como les he dicho hoy mismo a un grupo de compañeros a los que he impartido un curso sobre blogs, un comentario como el tuyo compensa de todo el trabajo que uno invierte en su bitácora.
P. Martínez dice
Leí la novela hace un par de años y me conmovió profundamente. Antes, hace muchos años, había visto la película de Zurlini, que tiene varias diferencias con el texto de Buzzati, pero que de todas maneras es una aproximación interesante a algunos temas de la obra. Tu comentario me pareció muy ajustado, muy interesante y resume algunos de los muchos y complejísimos tópicos de una novela que condensa tanto en tan pocas páginas. Yo también recomiendo la película -ahora se puede encontrar fácilmente en DVD-, que cuenta con un elenco extraordinario de actores europeos y que alguna vez se pensó filmar en el Desierto de Atacama, en Chile.
Eduardo Larequi dice
Seguro que el desierto de Atacama hubiera sido un escenario magnífico para esa filmación. Yo no lo conozco más que en fotografías y reportajes, pero me imagino la sensación de soledad, de desolación y ajenidad que hubiera proporcionado a la película.
Dyanna Meyer dice
mil gracias Eduardo, es un gran trabajo el de tu bitacora, yo buscaba este libro por una vaga recomendacion, me dijeron que en algo tenia que ver con la psicoterapia…. en fin que, leyendo tu trabajo, me parece que es realmente un buen libro este…. gracia, yo radico en Cancun y no hay bibliotecas por aca, asi que, tal vez podrias decirme de que editorial es???
te agradezco tu trabajo
FELICIDADES.
Eduardo Larequi dice
Se me había olvidado anotar, Dyanna, los datos de la ficha bibliográfica del libro. Puedes leerlos al final de la reseña.
Ah, y muchas gracias por los elogios y por visitar La Bitácora del Tigre.
enebro dice
Estupendo comentario. Quería informarme sobre esta novela (película, en realidad) y con esta reseña tengo más que suficiente para saber que es interesante y que la película probablemente también me lo parezca. gracias. No conocía este blog, pero volveré.
Eduardo Larequi dice
Gracias por el comentario, Enebro. Yo vi la película algo después de leer la novela y me decepcionó bastante. Es algo que suele pasar, pero te lo cuento por si acaso. A veces es mejor no tener expectativas demasiado elevadas.
Cecilia dice
Estimado Eduardo, ayer ví la película en televisión y después de esa sensación de desolación, hoy busqué algún comentario para cotejarlo con mis impresiones. Encontré el tuyo, que me aportó mucho.
Un universo, el de la película, para mí, muy sartreano, desolado, absurdo, sin realidad extramental donde asirse… pero donde… por lo menos los hombres encuentran el sentido de su existencia en el cumplimiento cabal del destino que les tocó…
Gracias por la reseña.
Cordialmente, Cecilia
Eduardo Larequi dice
Disculpa por la tardanza en responder, Cecilia, pero he estado muy liado con el cambio de alojamiento del blog, tarea que por otra parte hacía aconsejable no escribir nada en él. En todo caso, te agradezco el comentario, y coincido con tus apreciaciones: tanto la novela como la película tienen un particular sabor a desolación e irrealidad que resulta difícil de describir.
Gasoilverde dice
El tema de la espera que consume la existencia y la expectativa del héroe en un ámbito atrapante desarrollado en «El desierto de los Tártaros», es retomado unos 15 años después en la Argentina ya dentro de una problemática existencial latinoamericana por Antonio Di Benedetto en «Zama».
La película de Valerio Zurlini tiene grandes diferencias argumentales, de personajes, y escénicas con la novela. Por otro lado, pocos lugares debe de haber habido en el mundo como los impactantes exteriores iraníes de Arg-e Bam, debido una conjunción de fortaleza y paisaje asombrosamente apta para recrear la escenografía de la novela. De todos modos, fortaleza aparte, en los alrededores cordilleranos de la ciudad de Mendoza puede verse una geografía aun más coincidente que la de la película, con la montañosa, accidentada, quebrada y ocasionalmente llana topografía de la novela de Buzzati.
Eduardo Larequi dice
No sabía que la película de Zurlini se rodó en la fortaleza de Arg-e-Bam. He estado consultando datos sobre ella en la Red y me he quedado muy impresionado por su historia y características. Gracias por el apunte, Gasoilverde.
foad dice
esta es la informacion sobre la ciudad antigua en persia (iran).
http://es.wikipedia.org/wiki/Arg-é_Bam
la parte mayor de la ciudad antigua fue destrozada en un terremoto en 2003. asi que esta pelicula preciosa tiene mucho valor historico.
La pelicula fue una colaboracion de: Italia/Francia/Iran/Alemania
http://it.wikipedia.org/wiki/Il_deserto_dei_Tartari_(film)
Eduardo Larequi dice
Muchísimas gracias por los datos que aportas, Foad.
Ignacio Testoni dice
Al terminar de ver la película, busqué desesperadamente en Internet otras palabras que me dijeran lo que quedaba en el tintero,
lo que me parecía exponencialmente bello pero no podía explicar,
como toda belleza.
Escuchar a otros me hizo bien.
Leer palabras disímiles sobre el mismo texto más aún.
Es que siempre serán infinitas las miradas sobre la realidad.
Ahora, más liberado de una explicación unívoca,
me puedo largar a pensar.
El desierto de los Tártaros es una terrible metáfora humana sobre nuestra vida.
Puede tener miles de escenarios.
Pueden ser nuestras ciudades,
nuestras parejas,
nuestros trabajos,
nuestras militancias.
Es el símbolo del precio que nos cobra la dignidad.
Queremos trascender de todos modos,
y nuestros cotidianos nos recuerdan constantemente la inutilidad de dicha meta.
Sartre decía: «el hombre es un pasión inútil», y aquí Buzzatti lo ha podido pintar.
Verdaderamente debe ser difícil ver esta metáfora en un estado personal de depresión.
Pero le agradezco a «la vida» que me haya permitido asistir a esta cita.
No salgo igual que entré.
Alguien me dijo algo.
Una ventana se abrió.
¡Viva el ser humano!
Eduardo Larequi dice
Bonito comentario, Ignacio. Como tú muy bien dices, El desierto de los tártaros puede ser cualquier escenario, cualquier vida, cualquier persona.
Armando Surlin dice
Hola, Eduardo….he leido este libro y visto la pelicula de Zurlini una veintena de veces tu resumen me parece mas que acertado aca en la patagonia los paisajes y sus personajes son tan similares, que no puedo evitar emocionarme pues es como la vida misma hoy me has dicho «you can join us » y lo has logrado ! saludos desde la Patagonia
Jaime dice
Película excelente y libro extraordinario, refleja a través de un soldado u oficial, lo sólo que está siempre el hombre!!
Eduardo Larequi dice
Gracias por vuestras impresiones, Armando y Jaime. Un Desierto de los tártaros ambientado en las soledades patagónicas sería impresionante, Armando.
armando dice
eduardo…..has tenido la oportunidad de ver » un regazzo di sicilia»? me gustaria saber que opinas atte …armando
Eduardo Larequi dice
Supongo que te refieres a alguna película, Armando, porque no conozco ese título. Lo he buscado en la IMDB, pero no lo encuentro.
José dice
¡Muy buena entrada! Lo describiste sin dejarte nada. La novela es desde luego una inmersión en la desolación más íntima que se refuerza con la otra desolación del exterior, pero a la vez tiene unas pinceladas paisajistas que me resultan incomparablemente bellas, puesto que las ves o las sobre-imaginas cuando has visto muchas similares, tales como hogueras en la lejanía, noches en el desierto, o en las altas montañas…
Y todo ello conduciendo a una frustración sin solución de continuidad.
Con todo ello, es una de las más atrayentes y fascinantes que he leído y el sabor que me queda a la postre es de que no es lo que se viva, sino cómo se viva. Posiblemente es más fácil de entender lo que digo cuándo uno tiende a la soledad o al menos no se está a disgusto en ella.
Saludos.
Eduardo Larequi dice
Gracias por el comentario, José. La de Buzzati es una de esas novelas que se quedan prendidas al recuerdo, como un paisaje interior que uno no sabe bien si ha vivido, ha soñado, o ha soñado vivir.
armando dice
Pues , es que escribi mal y en realidad es «un ragazzo di calabria» ….saludos Eduardo…la Patagonia me enfria el cerebro!
Eduardo Larequi dice
Disculpa por el retraso en responder, Armando (he estado de vacaciones en Argentina), pero no creo haber visto la película de Luigi Comencini. A ver si la puedo encontrar en la Red.
Norberto dice
De entrada nomas pensé en el imperio austro-húngaro por la época,las armas y uniformes.
El que hizo vida militar puede entenderla mas y en verdad es una novela cercana al existencialismo(«en la vida todos estamos en el lugar indebido» dice el ultimo comandante)
Es una novela difícil de olvidar,de una tristeza distinta y enriquecedora,e invita a mirarse hacia adentro seriamente.
Ricardo Rosé dice
Hace unos día que estoy leyendo la novela y es indudable la conexión con La Peste de Camus o Zama de Di Benedetto. También hay algo en El Libro de las Pruebas de John Banville que remite a estos mismos dilemas existenciales.
Hace unos meses visité Kobarid en Eslovenia con su paisaje de dolomitas cercanas y los ecos de una de las batallas más sangientas de la 1era Guerra Mundial en el valle del Soca.Al leer la novela creí ver el escenario del conflicto,pero,como me han terminado de aclarar en el blog,confirmé lo que sospechaba : tiempo y espacio acá son una brillante creación del autor, imposible de asociar con hechos del todo reales.
Ricardo Rosé dice
Cuanto más leo esta novela , más me atrae la idea de compartirlo con otros lectores.Creo que, como todo relato intimista, autorreferencial tal vez, y con esa pátina perenne de angustia, remite a los dos pilares de la novela occidental como son El Quijote y Crimen y Castigo.
Entre nos , confieso que me cuesta mucho no encontrar a Dostoievski cuando abordo la lectura de una historia nueva.
Eduardo Larequi dice
Muchas gracias por tus comentarios, Ricardo. No conozco Eslovenia ni sus paisajes, pero como aficionado a la historia militar, aprecio especialmente tus referencias a la Gran Guerra. Una razón más para darme una vuelta por Centroeuropa, algún año de estos.
Ricardo Rosé dice
Eduardo : Para mí son viajes de «una vez en la vida» porque vivo en Buenos Aires
.Hemingway basó su novela Por Quien Doblan Las Campanas en dicha batalla y, al empezar a leer El Desierto…. creí encontrar detalles y reminiscencias de esa geografía.o tal vez de la guerra de Crimea, pero Italia no participó ( si aceptáramos que fueran italianos los militares apostados en la fortaleza)
Insisto , una de las cosas más atrapantes de esta novela quizás sea esa incógnita nunca develada. Las pocas referencias históricas parecen haber sido escritas con el ánimo de confundirnos
.Será por eso que Borges la consideró una de las grandes novelas del siglo ?
Eduardo Larequi dice
Curiosamente, cuando leí la novela imaginé que el El desierto de los tártaros tenía lugar en algún paisaje semidesierto, o estepario, con montañas al fondo… La indeterminación de la novela permite que cada lector haga suyo el paisaje y lo integre en su propia imaginación. Desde luego, Borges -otro de los escritores a los que más admiro- no andaba desencaminado.