La Bitácora del Tigre no tiene costumbre de hacerse eco de aniversarios o efemérides, que son uno de los trucos clásicos del oficio de bloguero, pero no es del todo insensible a ciertas fechas señaladas. Como muy oportunamente recordaba un blog tan interesante como A Nosa Biblioteca, ayer, 15 de marzo, se cumplieron setenta años de la muerte de Howard Phillips Lovecraft, el pálido y elitista escritor norteamericano de relatos terroríficos.
Lo confieso sin rubor: yo también tuve una época rabiosamente lovecraftiana (y macheniana y lordunsanyana), durante la cual devoré los libros que de H.P. Lovecraft se publicaban en España; casi todos de la editorial Alianza en su colección Libro de Bolsillo, con aquellas portadas inquietantes del inolvidable diseñador gráfico que fue Daniel Gil, pero también unos cuantos de Siruela y Valdemar.
Durante muchos meses me llené los ojos y la mente con las cosmogonías lovecraftianas, con sus rituales paganos e impíos, con las invocaciones al Necronomicon, el libro secreto del árabe loco Abdul Alhazred, con sus repulsivos y babeantes dioses subnormales, cuyos nombres (Cthulhu, Nyarlathotep, Azathoth, Shub-Niggurath) tienen resonancias de culturas lejanas y terribles sacrificios. Me recuerdo perfectamente a mí mismo sentado bajo un árbol, en la Vuelta del Castillo de Pamplona, leyendo a Lovecraft, completamente ajeno a las tentaciones que la primavera extendía a mi alrededor. Fue una de mis mejores épocas como lector: compulsiva, adictiva, interminable, gozosamente caótica.
Aunque haya sido reivindicado pro domo sua en algunos círculos marginales o alternativos, mi fascinación por el escritor de Providence va por otros derroteros. De hecho, nunca me creí ni media línea de las espantosas genealogías maléficas de Lovecraft, como tampoco he hecho demasiado caso de las implicaciones¡s ideológicas o simbólicas que algunos extraen de los minuciosos universos narrativos de J.R.R. Tolkien. Lo que me gusta de uno y otro es lo que siempre me ha gustado en la literatura: la capacidad de invención, la maravilla que supone levantar a través del lenguaje mundos ficticios que, al menos durante el tiempo de lectura, compiten en intensidad y verosimilitud con los hechos del tantas veces anodino mundo real. Valga como ejemplo un fragmento del relato «La llamada de Cthulhu», tan deudor del Poe de Arthur Gordon Pym, donde se describe a ciudad muerta de R’lyeh (véase el texto completo en Ciudad Seva):
Ya en el yate capturado, Johansen y sus hombres, impulsados por la curiosidad, prosiguen viaje hasta avistar una alta columna de piedra que emerge del océano, y a los 49°9′ de latitud oeste, y 126°43′ de longitud sur, se encuentran ante una costa barrosa, y una albañilería ciclópea cubierta de algas que no puede ser sino la sustancia tangible del terror supremo del universo: la ciudad muerta de R’lyeh, construida hace millones de años, antes de los comienzos de nuestra historia, por las enormes y espantosas criaturas que descendieron desde unos astros desconocidos. Allí yacen el gran Cthulhu y sus compañeros, ocultos en unas bóvedas verdes y húmedas desde donde envían, luego de incalculables ciclos, pensamientos que aterrorizan a los hombres sensibles y reclaman imperiosamente a los fieles del culto que inicien el peregrinaje de la liberación y la restauración.
Me gustaba mucho H.P. Lovecraft, pero tengo que reconocer que acabé bastante harto de su escritura ritualizada y pesada, de sus obsesiones por la limpieza de sangre, la anormalidad física y mental, de sus reiteradas y casi mecánicas escenografías siniestras. En todo caso, no reniego de aquellos libros ni de los días y noches que pasé entregado a la fecunda invención del novelista norteamericano. Por ahí tengo un artículo que publiqué en torno a las relaciones entre «There Are More Things», uno de los últimos cuentos de Borges (forma parte de El libro de arena) y la narrativa lovecraftiana, para cuya elaboración leí miles de páginas, redacté cientos de fichas, y elaboré tres o cuatro borradores, que me llevaron muchas semanas de trabajo.
Miro hacia atrás y me entra un terrible ataque de melancolía, por el tiempo pasado y las energías derrochadas. Además, hace años que no leo nada de H.P. Lovecraft. Los muchos relatos, ensayos y poemas salidos de su pluma que pueblan mi biblioteca (Dagon y otros cuentos macabros, El caso de Charles Dexter Ward, El clérigo malvado y otros relatos, El horror de Dunwich, El horror en la literatura, En la cripta, En las montañas de la locura y otros relatos, Hongos de Yuggoth y otros poemas fantásticos, La habitación cerrada y otros cuentos de terror, Los que vigilan desde el tiempo y otros cuentos, Los mitos de Cthulhu. Narraciones de horror cósmico, Viajes al otro mundo. Ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter, varias recopilaciones y antologías del denominado «Círculo de Lovecraft» y la biografía que sobre el escritor norteamericano publicó L. Sprague de Camp) no hacen otra cosa que acumular polvo en sus anaqueles. Han perdido (o yo me he olvidado de ellas) su mágica fascinación, su invocación a ese modo de locura febril y transitoria que es la lectura.
Me gustaría volver, aunque fuera brevemente, sobre algunas de sus mejores páginas, pero tengo miedo (y ése sí que es un miedo real, que poco tiene que ver con los deleitosos escalofríos del terror fantástico) a no ser capaz de reencontrarme con las emociones que a mis veintitantos años poblaban mis sueños.
Elisa dice
Hoy no voy a comentar tu reseña, entre otras cosas porque no he leído a Lovecraft. Te pido un favor, pasa por aquí y, si lo crees conveniente, préstales apoyo. Creo que lo merecen.
igualdad3000.blogspot.com
Antonio dice
La verdad es que con lo que tenemos encima, entre política y educación, los mundos de Lovecraft se quedan a la altura de Winnie the Pooh.
De todos modos, no podría entender mi despertar en la literatura sin los relatos de Poe y Lovecraft (y Machen, etc.). Hay algo en esos mundos que nos confirma la existencia del mal, de lo innombrable, de lo distinto. Por eso son tan modernos,y por eso son ya un clásico. Espero que la recuperación de esos tópicos mediante autores como Sánchez Piñol, devuelva la vitalidad de estos pioneros del horror telúrico.
Beatriz Ooms dice
¿Y Algernon Blackwood? ¿Puede uno recuperarse alguno vez de su «Hechizo en la nieve» o dejar de mirar atrás por si «El Wendigo» o entre «Los sauces»…?
Porque yo siento su mirada posada sobre mí desde el batiburrillo de mis anaqueles…
Eduardo Larequi dice
Ya conocía la iniciativa del instituto sevillano, Elisa. En la sesión del pasado jueves del curso que estoy impartiendo en Logroño puse su blog como ejemplo del uso reivindicativo y de activismo social que también se puede dar a las bitácoras. La cita aparece en los materiales del curso, que están montados sobre Moodle (claro que no se puede acceder a ellos sin una cuenta de usuario de la plataforma del C.P.R. de Logroño).
No he leído nada de Sánchez Piñol, Antonio, pero tenía buenas referencias suyas, especialmente de La piel fría. Tu testimonio me anima a comprobarlas por mí mismo.
De Blackwood conozco algunos cuentos, Beatriz, entre ellos «El Wendigo». Pero lo he leído de forma poco sistemática, a pesar de haber sido un inspirador directo de Lovecraft. Gracias por recordármelo.
Óscar Córdoba dice
Para mí, Lovecraft y Poe fueron (como para muchos otros) el paso intermedio entre la literatura infantil y la literatura adulta (¿existe tal cosa?). Y en cualquier caso, me gustaría resaltar la importancia que la imaginación de H.P. ha tenido en la literatura y el cine de terror, más incluso de forma indirecta que directa.
Por último, ya que es mi primer comentario en este blog, aprovecho para felicitarte por el.
Eduardo Larequi dice
Visto con cierta perspectiva, creo que conviene leer a Lovecraft con moderación, pues su literatura es un plato demasiado pesado e indigesto ens demasiadas ocasiones. Pero tienes razón, Óscar: a muchos adolescentes y jóvenes les puede enganchar, siempre que no se lo tomen demasiado en serio.
ross dice
pues ami me gusta mucho su literatuta (soy ross y tengo 16 años)
me gusta mucho su forma d erelatar, sus historias, me gusto ese escrito, es bueno k aun ay personas k recuerdan a este gran escritor n__n
vikiw dice
La verdad, admiro muchisimo los cuentos de Lovecraft, hace varios dias que no dejo de leer y leer, desde el dia que tuve en mis manos el primer libro de este autor, y al empezar a leer los primeros parrafos, me atrapo la historia y aunque es un poco rebuscada, me encanta su forma de narrar.
Tengo 16 años y hace desde los 13 que estoy interesada en Lovecraft, me gusta cada uno de sus cuentos y no me canso nunca de tener un libro suyo en mis manos y llevarlo a todos lados.
Es un gran escape de lo cotidiano poder visualizar esos extraños entornos y personajes que él ideo,si, son un poco repetitivos, siempre tienen algo parecido pero no quita que cada historia me provoque algun escalofrio o me deje largo rato pensando en muchas cosas, mas de una vez me salvo tener uno de sus libros cerca
Lovecraft rlz! xD
Eduardo Larequi dice
Leer a Lovecraft con dieciséis años debe de ser toda una experiencia, Vikiw. Ojalá que mantengas siempre ese entusiasmo, y esa fascinación por los libros.