Una acertadísima convocatoria de Antonio Solano, primero en Twitter y luego en Re(paso) de Lengua, a partir de un no menos oportuno recordatorio de Felipe Zayas, me ha venido de perlas para animarme a escribir en el blog, después de dos semanas de sequía bloguera, tiempo durante el que he estado vagabundeando por diversos territorios, enfrascado en experimentos de resultado y éxito dispar (espero que alguno de ellos, más fructífero que el resto, pueda ver pronto la luz en esta bitácora).
En fin, de lo que se trata aquí no es de proferir jeremiadas, sino de celebrar la obra de los poetas de la Generación del 27, con motivo del aniversario del homenaje que le rindieron en Sevilla a don Luis de Góngora y Argote en el año 1927, suceso que suele considerarse como el hito fundacional de ese grupo poético, del cual se cumplen hoy, 16 de diciembre de 2009, nada menos que 82 años. Toni propone recordar la efeméride con la publicación de un poema de cualquiera de aquellos excepcionales escritores, y yo, que soy un poco rebelde y zascandil, he elegido no uno, sino dos textos poéticos de Gerardo Diego.
No quiero incurrir en comparaciones inoportunas, pero se da la circunstancia de que Gerardo Diego y un servidor somos colegas de profesión, y que ambos compartimos la afición por el cine, los toros (la mía es muy, muy ocasional, pero sincera) y los viajes por la España interior. Por otra parte, los dos poemas tienen mucho que ver con mi labor docente, porque en varios cursos he trabajado con ellos en clase. Recuerdo vivamente la lucha que mantuve con los chavales del IES “Mor de Fuentes” de Monzón (Huesca) a la hora de analizar el primero, uno de los textos más típicos de la vena vanguardista y lúdica del poeta santanderino. El segundo, en cambio, mucho más clásico y contenido, pero al mismo tiempo muy emotivo, lo comenté varias veces en el aula con los alumnos del IES “Picos de Urbión” de Covaleda, en Soria, localidad y provincia que, a menudo sin saberlo sus habitantes, atesora un riquísimo patrimonio de referencias y citas en la poesía española del siglo XX. Estando destinado en dicho centro, hice con mis compañeros de claustro varias excursiones por la comarca, y creo recordar que ascendimos un par de veces a la cima de 2.228 metros del Pico de Urbión, desde el que se avizora –y dicen los que saben que no es hipérbole- casi la mitad de nuestra vieja piel de toro.
NOCTURNO
A Manuel Machado
Están todas
También las que se encienden en las noches de moda
Nace del cielo tanto humo
que ha oxidado mis ojos
Son sensibles al tacto las estrellas
No sé escribir a máquina sin ellas
Ellas lo saben todo
Graduar el mar febril
y refrescar mi sangre con su nieve infantil
La noche ha abierto el piano
y yo las digo adiós con la mano.
Manual de espumas, 1924.
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CUMBRE DE URBIÓN
A Joaquín Gómez de Llarena
Es la cumbre, por fin, la última cumbre.
Y mis ojos en torno hacen la ronda
y cantan el perfil, a la redonda,
de media España y su fanal de lumbre.
Leve es la tierra. Toda pesadumbre
se desvanece en cenital rotonda.
Y al beso y tacto de infinita onda
duermen tierras y valles su costumbre.
Geología yacente, sin más huellas
que una nostalgia trémula de aquellas
palmas de Dios palpando su relieve.
Pero algo, Urbión, no duerme en tu nevero,
que entre pañales de tu virgen nieve
sin cesar nace y llora el niño Duero.
Alondra de verdad, 1941.
Cito los dos poemas por la Antología poética de la Generación del 27, Madrid, Castalia, 1990, en edición comentada y anotada por Arturo Ramoneda.
Antonio dice
Muchas gracias, Eduardo.
Me has recordado otro poema de Gerardo Diego que me gusta mucho «Underwood girls». Un saludo.
Eduardo Larequi dice
De nada, Toni. También solía comentar «Underwood Girls» en mis clases de poesía de vanguardia, pero el poema no es de Gerardo Diego, sino de Pedro Salinas. Aquí lo tienes, tomado de http://www.poesi.as/ps31007.htm.
UNDERWOOD GIRLS
Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeda, jota, i…
Antonio dice
Perdón por el lapsus; cosas de la edad (y no de plata, precisamente)…
Eduardo Larequi dice
¿Cómo que no de plata? No sé tú, pero yo tengo unas sienes plateadas de lo más «in».
Lu dice
Junto a éste, yo comentaba enclase otro poema de Salinas dedicado a la bombilla,
35 bujías.
Eduardo Larequi dice
A mí me encantaba trabajar con los textos vanguardistas de los poetas del 27, pero eran otros tiempos cuando me dedicaba a tales menesteres… Ese final del poema de Salinas, «artificial princesa/amada eléctrica» es deslumbrante. Me recuerdo a mí mismo, emocionadísimo, intentando hacer ver a mis chicos y chicas las resonancias eróticas del poema. Seguro que pondrían caras de pasmo, o de vergüenza ajena. En fin, qué le vamos a hacer, Lu. Yo siempre he pensado que mucho más ridículo que un profesor emocionado es un profesor inconmovible.
Silvia González Goñi dice
Muy acorde el poema de la cumbre nevada del Urbión con el blanco panorama que vimos ayer en Pamplona.
Estupenda elección, Eduardo. Un saludo
Eduardo Larequi dice
No conocía tu blog, Silvia. Me lo anoto para visitarlo, y lo añado a mi blogroll. Muchas gracias por esta visita cuasi invernal a la guarida del Tigre.
odradek dice
Grandes las Underwood girls de Salinas.
pero sobre todo éste:
Pregunta más allá
¿Por qué pregunto dónde estás,
si no estoy ciego.
si tú no estás ausente?
Si te veo
ir y venir,
a ti, a tu cuerpo alto
que se termina en voz,
como en humo la llama,
en el aire, impalpable.
Y te pregunto, sí,
y te pregunto de qué eres,
de quién;
y abres los brazos
y me enseñas
la alta imagen de ti
y me dices que mía.
Y te pregunto, siempre.
Eduardo Larequi dice
Qué espléndida imagen la del cuerpo alto de la amada, «que se termina en voz/como en humo la llama». Gracias por el poema y por visitar al Tigre en su cubil, Odradek.