En las últimas semanas se ha hablado mucho, y a menudo exageradamente, de Anatomía de un instante, el libro que hace algo más de un mes publicó Javier Cercas sobre el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. En algún otro lugar de este blog ya he confesado mi admiración por algunos de los protagonistas de este suceso, el ex-presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, y el que fuera su amigo y vicepresidente, el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, lo cual explica que, en cuanto tuve noticia de la publicación del libro, me apresurara a comprarlo, y que lo leyera casi de un tirón.
En el prólogo confiesa Cercas que comenzó escribiendo una novela, aunque finalmente desistió de dar a la historia un tratamiento ficcional porque se dio cuenta de que en este caso la realidad disponía de una potencia significativa que ni siquiera la más poderosa construcción literaria podría igualar. Lo que ha finalmente ha entregado a la imprenta es en parte crónica o reportaje y en parte ensayo histórico, pero, fiel a sus orígenes novelísticos, sobre todo un intento de interpretación muy personal de los gestos que simbolizan la gallarda actitud de tres figuras señeras de aquel episodio: Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, por entonces secretario general del Partido Comunista de España. Como casi todo el mundo sabe y desde luego recordamos quienes tenemos edad suficiente para haber vivido en directo aquel suceso, Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo fueron los únicos tres representantes de la clase política española que no cedieron a la intimidación de los golpistas y que permanecieron en sus asientos, sin tirarse al suelo, a pesar de los insultos, las amenazas y los disparos.
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