En la entrada anterior, escrita (¡con faltas de ortografía!, por culpa del teclado italiano) desde un cibercafé de Florencia, prometía volver a la carga el veinticinco de julio, tras el parón vacacional por tierras del Sur de Francia y la Toscana italiana. Como puede comprobarse, habrá que sumar ésta a la larga lista de mis promesas incumplidas o aplazadas. Hombre, tengo algunas excusas: la fatiga del turista, lo inapropiado de una fecha como la festividad de Santiago Apóstol para retomar la bitácora, lo áspero de volver a la normalidad después de tanto día de «dolce far niente».
Y eso que de «far niente» es sólo un modo de hablar: apenas un par de horas de playa (en la abarrotadísima de Cannes, que me puso de muy mal humor) y otra de piscina para mí, mientras Pilar echaba la siesta, y para de contar. El resto del tiempo lo hemos invertido en las inevitables obligaciones del turista con pretensiones: recorrer parajes pintorescos, fotografiar monumentos, guardar no menos monumentales colas, leer guías como quien lee los sagrados evangelios, dar vueltas y más vueltas a los mapas en los traicioneros cruces de las carreteras comarcales y, a veces, disfrutar de una merecida recompensa gastronómica en un coqueto restorán.
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