La Bitácora del Tigre se ha referido más de una vez, aunque fuera de refilón, a la obra de Jorge Luis Borges, uno de los escritores fundamentales en la narrativa hispanoamericana del siglo XX. La reiteración se explica porque Borges ha sido uno de los escritores que más han marcado mi experiencia como lector. Lo descubrí, en las ediciones del Libro de Bolsillo de Ficciones y El Aleph, cuando tenía quince o dieciséis años, y me abrió los ojos a un mundo de imaginaciones que ni siquiera hubiera concebido que pudieran existir. Más tarde dediqué mi tesina de licenciatura a sus cuentos fantásticos, sobre los que publiqué un par de artículos en revistas literarias.
Ahora que los profesores nos esforzamos tanto en orientar las lecturas de nuestros alumnos, me hace mucha gracia recordar mi propia experiencia con la literatura borgeana: nuestro profesor de lengua y literatura, Jesús Guergué (que ahora ejerce su ministerio en un colegio escolapio en Brasil; mi más cariñoso recuerdo a un sacerdote ejemplar, y al profesor que despertó, alentó y consolidó mi vocación por la literatura), nos había pedido que escogiéramos un escritor hispanoamericano que leer y presentar a los compañeros de clase, para lo cual había puesto a nuestra disposición una amplia bibliografía primaria y secundaria. Yo escogí, no sé muy bien por qué razones, a Borges, que no era precisamente santo de la devoción de Jesús (a lo mejor fue precisamente por eso; mis acciones de rebeldía adolescente tendían a ser poco convencionales), y me empeñé en completar el guión de mi exposición oral, frente a otros compañeros que se hicieron cargo de Cortázar, García Márquez o Carpentier, por entonces mucho mejor vistos en los ambientes progres que comenzábamos a frecuentar.
Últimos comentarios