Pilar, que tiene una propensión invencible hacia las novelistas inglesas, más aún si escriben sobre la época victoriana, siempre me aconseja que lea a Maeve Binchy, Rosamunde Pilcher o Anne Perry. Yo me resisto con todas mis fuerzas, pero tengo que admitir que, después de contemplar los hermosos paisajes de Cornualles y la plácida vida de sus habitantes, tal como se nos presentan en La última primavera, no me queda otro remedio que lanzarme sobre la Pilcher y Los buscadores de conchas.
Seguro que La última primavera no será un exitazo, pero qué más da. Es una de esas películas inglesas extraordinariamente bien hechas, muy bien ambientadas y con magníficos actores, y de ella sale uno reconfortado, con la sensación de que el mundo es algo más hermoso y más cálido tras su proyección. Su director, el actor Charles Dance (un secundario habitual del cine inglés, al que vi hace poco en Swimming pool), puede tener la conciencia bien tranquila en su debut tras la claqueta: estoy seguro de que todos los que hemos visto la película hemos tenido que vencer la tentación de marchar hacia Truro o hacia Penzance, pedir alojamiento en una de esas adorables casitas con tejado de losas, al borde del mar, entre arriates de rosas y fuentes en las que beben las urracas, tendernos sobre los suaves prados floridos y contemplar el vuelo de las gaviotas, bajo el cuidado de unas mujeres tan adorables como las que interpretan Judi Dench, Maggie Smith (las hermanas Ursula y Janet) y Miriam Margolyes (la cocinera Dorcas).
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