Casi todas las películas de Paul Verhoeven que he tenido oportunidad de ver (Delicias turcas, Los señores del acero, Robocop, Desafío total, Instinto básico, Showgirls, Las brigadas del espacio, El hombre sin sombra) me han gustado mucho. Todas, aun las más comerciales, tienen algo de perverso e inquietante que las hace reconocibles y, en última instancia, originales. Por eso, cuando me enteré de que iba a estrenarse una película del cineasta holandés cuyo argumento transcurría durante la Segunda Guerra Mundial (probablemente el tema en que más coinciden los gustos de Pilar y los míos) y tenía como escenario la Holanda ocupada por los alemanes, me prometí a mí mismo no dejar de verla. Conforme se fue acercando la fecha del estreno crecía nuestra expectación, alimentada por un tráiler de excelente factura y unas cuantas reseñas muy elogiosas. Así que el pasado viernes acudimos a la proyección de El libro negro con una enorme ilusión.
Que por una vez, y me alegra mucho decirlo, no se ha visto en modo alguno defraudada. El libro negro es una película espléndida, con la que el espectador recupera el sabor de las grandes producciones de los años cincuenta que llenaban las salas y creaban familias enteras de cinéfilos (claro que Paul Verhoeven no es un director recomendable para eso que se llama «ver cine en familia», por su propensión a las escenas violentas y de fuerte contenido sexual, pero estoy seguro de que filmes como éste crean afición y un recuerdo perdurable). El libro negro constituye también un ejemplo de un cine inteligente, que sabe muy bien cómo llegar al espectador por la vía del gran espectáculo, pero al mismo tiempo sin abandonar nunca el rigor y la honradez. Y, sobre todo, se distingue por ser una película muy sólida, perfectamente equilibrada en todas sus líneas, a la que apenas se le pueden señalar grietas o defectos.
Últimos comentarios