Aunque recuerdo haber leído muy por encima alguna reseña de sus obras, el primer testimonio directo, y muy elogioso, sobre la narrativa policíaca de la novelista francesa Fred Vargas lo escuché de labios de Lorenzo Silva, en una conferencia que impartió en Pamplona hace algo más de un año. Por cierto, también Silva animó a los asistentes a que leyéramos las novelas de Petros Márkaris, dos de las cuales –Defensa cerrada y El accionista mayoritario– me sirvieron para trabar contacto con la realidad griega; la primera, justo antes de mi viaje a Grecia, y la segunda justo después de volver.
Márkaris es un estupendo autor de novelas policíacas, que deleitará a todos los amantes del género y probablemente también a los recién llegados. Tal vez su fuerte no sea la resolución de las tramas (por ejemplo, Defensa cerrada termina de una manera no sólo inesperada, sino yo diría que “inesperable”, con la exigencia de una continuación, la novela Suicidio perfecto, que no he conseguido encontrar, porque al parecer está agotada; por su parte, al final del El accionista mayoritario hay algunas intervenciones que recuerdan a la figura del deus ex machina), pero a cambio ha creado con la figura de su detective, el teniente Kostas Jaritos, un personaje de referencia para los aficionados a la literatura policial, que sin duda agradecerán su retranca y sus juicios sentenciosos, su fidelidad al deber, a un Supermirafiori renqueante y a los gozos y las angustias de la vida familiar (en esto Jaritos se parece al comisario Brunetti y Márkaris a Donna Leon), sus curiosas costumbres, como la afición por la lexicografía (un rasgo que lo emparenta con el Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, aunque la relación del detective barcelonés con los libros era más conflictiva y sarcástica) y su visión de la realidad griega, entre el costumbrismo y la sátira política, que en todo momento resulta de lo más estimulante.
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