Ésta es la tercera película del director neozelandés Andrew Niccol, y también la tercera que veo. Las dos anteriores (Gattaca, de 1997, y S1m0ne, de 2002) me gustaron mucho, especialmente la primera, una mezcla de ciencia ficción y thriller muy original, que destacó en su momento por una puesta en escena escueta, contenida, casi minimalista, con la que sin embargo lograba crear una exquisita y fascinante ambientación futurista.
En El señor de la guerra Niccol abandona los derroteros fantásticos que habían recorrido sus películas anteriores para abordar un tema de estricta actualidad: el de los traficantes de armas que equipan con su mortífera mercancía a los ejércitos de toda clase de caudillos, dictadores y tiranos del Tercer Mundo. Es curioso, por inesperado, el enfoque con el que se aborda la historia, ya que la narración en primera persona, presidida por la voz en off del protagonista, privilegia la perspectiva de un personaje amoral y cínico, que sólo cree en su propio beneficio y observa las consecuencias de su singular comercio con una mirada sarcástica y abundantes dosis de humor negro.
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