A mí me gustan las películas de «atracos perfectos» (las llamadas heist movies) desde que tengo uso de razón. Todo lo que tenga que ver con la minuciosa preparación de un golpe a una fortaleza bancaria inaccesible -la selección del equipo, el acopio de planos y herramientas, la invención de añagazas, las maniobras de distracción, la huida de los atracadores- me produce los inequívocos síntomas que forman parte del síndrome del espectador ansioso: excitación, taquicardia, falta de reacción a los estímulos del mundo exterior y una apetencia desaforada por las palomitas de maíz.
El subgénero tiene sus reglas y sus condiciones, sus fetiches, sus santos consagrados y, por supuesto, sus convenciones, cuyo reconocimiento es, justamente, uno de los elementos integrantes de esa peculiar forma de satisfacción (casi de felicidad, diría yo) que los aficionados al cine encontramos en nuestras películas favoritas.
Últimos comentarios