La que se desarrolla en la última producción cinematográfica de Sydney Pollack, La intérprete, un magnífico thriller que nos remite a un modo de hacer cine cada vez más inusual en el género: sólido guión, interpretaciones contenidas y una puesta en escena que sabe construir el suspense desde dentro de la historia, sin recurrir a efectismos truculentos y a movimientos de cámara espasmódicos, para nuestra desgracia tan abundantes en los últimos tiempos.
La historia tiene el aroma de los mejores thrillers: Silvia Broome (Nicole Kidman), una intérprete de las Naciones Unidas, escucha por casualidad un plan para eliminar a un corrupto y tiránico político africano ante las mismas narices de la Asamblea General, lo que hace intervenir al agente federal Tobin Keller (Sean Penn), quien al principio acoge el testimonio de la intérprete con bastantes dudas. Una historia golosa, ciertamente, que proporciona al director Sydney Pollack la oportunidad de mover las cámaras entre ambientes sofisticados, con personajes tocados por ese aire cosmopolita y un tanto estirado de la alta diplomacia. El hecho de que por primera vez en la historia una producción cinematográfica de ficción haya obtenido los permisos necesarios para rodarse en la sede de la ONU otorga al filme una verosimilitud añadida, que no habría existido de no darse ese planteamiento al que hacía referencia al principio de la reseña: el de una película honesta y seria, que no trata al espectador como a un idiota, y que incluso se permite proyectar sobre la escena de los conflictos internacionales una mirada más honda y comprometida que la del discurso habitual en el cine norteamericano.
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