Leyendo La sima, la última novela de José María Merino, me he visto en varias ocasiones dominado por una sensación de incomodidad de la que sólo he conseguido librarme casi al final del libro, cuyo desenlace, tan emotivo como esperanzador, se cuenta entre los mejores de toda la obra del escritor leonés. No era una sensación de extrañeza, pues los perfiles del mundo narrativo de Merino -la búsqueda de la identidad a través de la memoria, el regreso a los escenarios y las experiencias de la infancia, el lirismo en la descripción de los paisajes asociados a la memoria personal, la tendencia del personaje protagonista a la disolución y el anonadamiento en un tiempo no humano, que en otras novelas era el tiempo del sueño y en ésta el tiempo geológico de las rocas, brañas y espesuras de la montaña leonesa- son en La sima perfectamente reconocibles para cualquier lector que haya seguido la trayectoria narrativa del escritor.
No puedo aducir que me haya visto sorprendido, ni mucho menos defraudado, por la particular estructura narrativa de esta novela, con un narrador-protagonista que dirige su testimonio a tres narratarios diferentes y un contraste evidente entre el breve tiempo interno en que se despliega el relato y el larguísimo lapso del tiempo evocado, que tiene su centro de interés en la Primera Guerra Carlista y la Guerra Civil, pero que de hecho considera también episodios mucho más antiguos, como la Reconquista, la expulsión de los judíos, las guerras civiles entre pizarristas y almagristas en el Perú colonial y hasta los homínidos de Atapuerca. Finalmente, tampoco me he sentido decepcionado por la elaboración literaria del discurso narrativo, incluso a pesar de ciertos momentos en los que el discurrir de la historia se ve entorpecio por cierto prosaísmo o sequedad que no condice con el lirismo y la emoción tan característicos de gran parte de la narrativa meriniana.
Últimos comentarios