Cuántas veces ocurre que uno va al cine con la ilusión de ver la séptima maravilla del mundo y sale decepcionado, o al menos poco satisfecho. Y también ocurre lo contrario: entrar a una película por razones extracinematográficas o, simplemente, por pasar el rato, y encontrase ante una sorpresa muy agradable. Viene todo esto a propósito de dos películas muy distintas que he visto hace poco: La sombra de nadie, del director español Pablo Malo, cuyas producciones anteriores desconozco, y Babel, del mexicano Alejandro González Iñárritu, autor de dos filmes anteriores, Amores perros y 21 gramos, que en su día me produjeron una favorable impresión.
De La sombra de nadie tenía escasos datos previos, y fui a verla sobre todo por curiosidad, porque parte de ella está rodada en tierras navarras (el antiguo internado de Lekaroz, en Baztán). Para Babel, en cambio, me había provisto de todo un arsenal informativo, formado por críticas y reseñas, testimonios de amigos y conocidos y el habitual recorrido por la Red. A pesar de que tenía una cierta desconfianza hacia sus motivos y propuestas, La sombra de nadie me gustó, o al menos no me decepcionó. En cambio, Babel me dejó con la desagradable sensación de que hay algo de tramposo y manipulador en ella, y que su director practica un cine muy sobrevalorado.
Últimos comentarios