Movido por la buena impresión que me causó La intérprete, el otro día me puse a revisar la filmografía de Sydney Pollack, con la inestimable ayuda que para tales menesteres presta la Internet Movie Database. Efectivamente, el director norteamericano hizo muy buenas películas durante los setenta, a pesar de que fue una década de gusto más bien dudoso (greñas, pellizas, patillas, los insufribles pantalones de campana que vuelven por sus fueros, todavía más anchos y más feos) lo cual no le impidió rodar algunos títulos interesantísimos, como Las aventuras de Jeremías Johnson (1972), Tal como éramos (1973), Yakuza (1975), o El jinete eléctrico (1979). De todas ellas, sólo me quedaba por ver Los tres días del Cóndor, afrenta de la que conseguí desquitarme antesdeayer, gracias a un oportunísimo DIVx.
Esta historia de un agente de la CIA (en realidad, un ratón de biblioteca), acusado de un crimen que no ha cometido y arrojado a un mundo feroz de espías y asesinos sin escrúpulos, ha sido considerada por muchos críticos como un claro antecedente de La intérprete. El parecido es más que notorio, aunque me gustaría precisar que el filme de 1975 resulta, a pesar de los años transcurridos y de los cambios en el gusto dominante, bastante más sólido, audaz y auténtico (si es que tal palabra significa ya algo en nuestros días) que el de 2005. Además de atreverse a poner en solfa los turbios manejos de «La Compañía», cuyos espurios intereses y sórdidos procedimientos desenmascara, Pollack consigue mantener en pie una intriga apasionante con una puesta en escena deliberadamente fría, casi ascética por momentos, en un tono de cinéma verité muy propio del cine de denuncia política de aquellos años (La conversación, de Francis Ford Coppola, o El último testigo, de Alan J. Pakula, se estrenaron en 1974).
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