Llevo unas cuantas semanas pensando seriamente en adherirme al distinguido gremio de los maqueros, y como suele ocurrir cuando uno tiene la mente ocupada por ideas obsesivas, la realidad parece conspirar para hacerle ver el motivo de su obsesión por todas partes, bajo toda clase de formas y disposiciones, en los momentos más obvios y en los más inesperados. Sin ir más lejos, en unas cuantas secuencias de Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres, la película del director danés Niels Arden Oplev, basada en el celebérrimo thriller del periodista y novelista sueco Stieg Larsson, que Pilar y yo vimos el viernes por la noche.
Si no me equivoco, un par de elegantes Apple MacBook con carcasa de aluminio son las herramientas de trabajo esenciales de los dos protagonistas de esta historia, el periodista Mikael Blomkvist y la hacker Lisbeth Salander, cuya común habilidad para rastrear mentiras ocultas y revelar trapos sucios deben mucho, sobre todo en el caso de la investigadora, a su también común pericia con el MacBook. No he leído la trilogía del infortunado Larsson (Pilar, mis hermanos y mis cuñados son fans declarados de la serie y no hacen más que insistirme en que me ponga a ello), pero por lo que he podido averiguar el uso de portátiles de Apple en la película no es una convención o tópico cinematográfico como hay tantos, sino un rasgo característico de la serie novelística. Véase, a título de ejemplo, el testimonio de Anaïs en su comentario de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina: en las novelas de Stieg Larsson “todos los “buenos” tienen portátiles MacBook o similares, los “malos” tienen PCs del año de Maricastaña y no saben ni configurar un antivirus”.
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