Se me permitirá que utilice el título de la última película de Robert Rodriguez, Sin City, adaptación al cine de las historietas gráficas de Frank Miller, como punto de partida del modesto juego de palabras que figura en el título de la reseña. Y, por cierto, antes de entrar en otras consideraciones conviene poner de relieve que se trata de una adaptación fidelísima y devota, realizada con maneras de virtuoso, tan próxima a los estilemas y recursos gráficos del cómic que el propio dibujante figura como co-director de la película.
El resultado es, si uno se limita a observarlo desde la perspectiva del original gráfico, deslumbrante: un blanco y negro purísimos, de un brillo y un contraste asombrosos, planos de enorme expresividad, un montaje que exalta los mecanismos narrativos característicos de las tiras cómicas y unos personajes rotundos, de vigorosa plasticidad, -héroes recios y musculosos, de perfiles tallados a cincel, villanos abyectos, a menudo de aspecto repulsivo, mujeres curvilíneas y seductoras-, que parecen atravesar la pantalla y se quedan pegados a la retina del espectador. Hasta las voces de la versión doblada al castellano tienen una textura especial, poco común, una especie de desganada desesperación que logra un efecto muy sugestivo, casi hipnótico.
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