El 28 de diciembre escribí un artículo manifestando mi entusiasmo por los ultraportátiles. Allí señalaba que estas máquinas no sólo sirven para alegrar la existencia del bloguero contumaz, sobre todo en vacaciones, sino que pueden convertirse en un recurso educativo de primer orden, por su facilidad de uso, su precio reducido y sus posibilidades de conectividad.
Tras redactar y publicar aquel artículo inicial, no había hecho un uso intensivo de la máquina, pero hace algo más de una semana mi compañero Luis Miguel Jaso, que había montado un arranque dual de Windows XP y Ubuntu en su equipo, me prestó su insustituible ayuda para resolver los problemas de hardware que impedían que mi propio Ubuntu 8.10 reconociera ciertos elemento de hardware, tales como la tarjeta inalámbrica, la webcam y el BlueTooth. La renovación del kernel (ahora en la versión 2.6.27-11) y de los drivers de esos dispositivos ha dejado el aparato en perfecto estado de revista, tan sólido como una roca y tan ágil como una gacela.
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