Hace mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una película policíaca. De hecho, y con independencia de su adscripción genérica, casi estoy a punto de asegurar que en todo lo que llevo de 2007, sólo La vida de los otros y El buen pastor (un rotundo film de Robert de Niro, del que lamento mucho no haber tratado en su día en este blog), me han gustado más que Zodiac, de David Fincher. El cineasta norteamericano ha logrado un policíaco ejemplar, intenso y singularmente verosímil, en el que la larga duración (más de dos horas y media) y la complejidad de la trama no son un impedimento para el disfrute del espectador, sino, antes bien, un vigoroso acicate.
Pocos directores y todavía menos guionistas se habrían atrevido con una historia como la que cuenta esta película, un auténtico tour de force de la planificación cinematográfica (el paralelismo con ese monumento narrativo que es el JFK de Oliver Stone, señalado por alguna crítica, es del todo pertinente), pues no es fácil dar con el tono y la estructura narrativa capaces de orientar al espectador por entre los vericuetos de una investigación policial que, tras la pista de los crímenes cometidos por un asesino en serie en el área de la bahía de San Francisco, entre finales de los sesenta y principios de la siguiente década, se extendió a lo largo de nada menos que veinte años.
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