Y lo hace con una nueva producción, No sos vos, soy yo, dirigida por Juan Taratuto, que ha recurrido a todos los recursos habituales en las comedias que últimamente proceden de aquellos pagos: espontaneidad, diálogos ingeniosos, coloquialismo, personajes peculiares y, sobre todo, ese tono inimitable y tan argentino, que oscila entre la solemnidad y el desastre y que parece haberse convertido en una marca de fábrica destinada a lograr un gran éxito entre el público español.
Los ingredientes son muy fácilmente reconocibles, a nada que uno haya visto las comedias más recientes del cine argentino. Tampoco el argumento -el de un hombre abandonado por su mujer al poco de casarse con ella, que cae en el seno de una aguda depresión, hasta que encuentra a otra chica de la que se enamora- presenta gran novedad. Sin embargo, la comedia se acoge con gusto, y en ello tiene gran parte de responsabilidad Javier, el personaje protagonista, interpretado por Diego Peretti, un actor de un físico nada habitual (chueco, nervioso, feo, con una horrible nariz aguileña y una no menos horrorosa voz atiplada), pero dotado de una innegable vis cómica.
A partir de sus rasgos físicos, tan poco convencionales, Peretti construye un personaje genial, el de un médico neurótico, atolondrado, protagonista de una auténtica catarata de catástrofes en su vida amorosa y profesional. El espectador no sabe qué hacer con él, si odiarlo por sus infatigables torpezas (en la butaca de mi derecha había un señor que no hacía más que decirle a su pareja «pero qué desastre de hombre») o compadecerse de las calamidades que lo afligen. Naturalmente, Javi acaba por hacérsenos simpático, pero seguro que saldríamos despavoridos si tuviéramos que aguantar a alguien como él en la vida real.
No sos vos, soy yo es una película de personajes que fía gran parte de su atractivo al dibujo de los protagonistas. Por supuesto, Javi se lleva casi todos los honores, aunque hay que mencionar también a otros personajes masculinos, como Martín, el amigo sensato y paciente que soporta las neuras de Javi con admirable estoicismo y que, de vez en cuando, le echa una buena bronca; el psiquiatra al que recurre una y otra vez el protagonista y que acaba atribulado por su insistencia, interpretado por un Marcos Mundstock (sí, efectivamente, el bajo del grupo Les Luthiers, con su prodigiosa voz) en estado de gracia; o Etchepare, un caradura de tomo y lomo, dueño de la tienda de animales a la que acude Javi para comprar un cachorro con el que compartir su soledad. Javi desea un cachorrito que no crezca (un macho, puntualiza), y Etchepare le vende un gran danés hembra… El espectador podrá adivinar fácilmente las consecuencias de semejante estafa.
Al lado de estos personajes masculinos, los de las mujeres que ocupan los pensamientos de Javi -María y Julia- resultan algo más convencionales, y quizá no tan bien trazados. En cualquier caso, un personaje femenino merece un comentario singular; me refiero a Lola, una atractiva morena con la que Javi tiene una fugaz aventura, y que protagoniza uno de los mejores momentos de la comedia: aquél en que se ve obligada a soportar la imparable logorrea del protagonista, obsesionado por conocer los detalles más íntimos de la experiencia sexual de la muchacha. La cara de Lola, mientras escucha al pelmazo con el que acaba de hacer el amor, es todo un poema.
Hay espléndidos gags en esta comedia -la escena en que la perra de Javier es seducida por un macho de su misma raza ante el desconcierto de sus dueños, o el momento en que el protagonista, atribulado por la pena, intenta operar a un paciente sin haberlo anestesiado adecuadamente-, y también algunos apuntes amargos de la realidad social argentina (con personajes siempre subempleados, mal pagados, y una invencible tendencia nacional a la trapisonda y la chapuza) que ponen el adecuado contrapunto a las obsesiones sentimentales de su protagonista. Ahora bien, a diferencia de otros títulos recientes del cine argentino, ésta no es en modo alguno una película de denuncia, ni siquiera de sátira social. Bastante tiene el pobre Javi con aguantarse a sí mismo como para, además, preocuparse por la situación de su país.
[…] de Soledad Villamil (también me hice eco de sus muchas virtudes interpretativas en la reseña de No sos vos, soy yo), que encarna a la jueza Irene Menéndez Hastings con una elegancia y una inteligencia admirables. […]