Hace casi un mes que vi la última y por lo que parece definitiva entrega de la serie galáctica de George Lucas (en realidad la he visto tres veces, pero no se lo contéis a nadie). Desde entonces, he estado preparando una larguísima reseña de La venganza de los Sith, película que a mi modo de ver pone broche de oro a este insólito fenómeno de una serie cinematográfica que se ha prolongado a lo largo de casi treinta años.
Los popes del séptimo arte se complacen en mirar con recelo a Lucas y a su factoría, acusándoles de un descarado carácter comercial y de una pasión excesiva por la cacharrería tecnológica. Seguramente no les falta algo de razón, pero el mismo Lucas que para ellos ejerce como pontífice máximo del Becerro de Oro es también el responsable de haber cautivado con sus películas a varias generaciones de aficionados al cine, que hoy llenamos las salas gracias, entre otras muchas razones, al estímulo de sus películas.
Tengo que admitir que con todo lo que forma parte del universo cinematográfico de La guerra de las galaxias soy muy poco objetivo. Aunque suene muy cursi, estas seis películas son parte de mi vida, de intensos ratos de felicidad y de alguno de mis mejores recuerdos. Ahora, llegado el fin de la serie, y sin nuevos proyectos de la factoría lucasiana a la vista, soy víctima de un agudo ataque de melancolía, que tiene visos de perdurar.
En fin, ya vendrán días mejores que me levanten la moral, y seguro que por esos mundos de Dios habrá jóvenes tocados por el genio de la imaginación creadora, jóvenes tan osados como el propio George Lucas, que recogerán la antorcha prendida por el director californiano hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana… Que se den a conocer pronto, es lo único que les pido.
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