Creo que fue Truman Capote quien señaló que «toda la literatura es cotilleo». A pesar de su carácter provocador y de su tono de boutade, no me parece una afirmación desacertada, pues al fin y al cabo muchas de las más insignes obras literarias de todos los tiempos desempeñan, de un modo u otro, la función que, según algunos lingüistas, más tiempo ocupa en nuestro empleo cotidiano del lenguaje: el chismorreo, la charlatanería.
La última novela de José Ángel Mañas, Caso Karen, algo tiene que ver con la definición del novelista norteamericano, pues su argumento -la investigación de los cómos y los porqués del dudoso suicidio de Karen del Corral, una escritora joven de fulgurante éxito- pone al descubierto muchos aspectos de la intimidad de la protagonista y desvela no pocos de los entresijos del mundillo literario en el que ella se mueve como pez en el agua. El hecho de que el personaje principal se inspire en un modelo real bastante conspicuo (la novelista Lucía Etxeberría, según apuntan voces autorizadas) y la proximidad de unos cuantos de los tipos que pululan entre sus páginas a nombres y apellidos concretos del mundo literario, son circunstancias que nos permiten, de nuevo, invocar la definición de Capote.
Claro está que la boutade del autor de A sangre fría no es nada inocente. Pues si el cotilleo es una actividad que todo ser humano sabe practicar, son pocos, en cambio, quienes lo trascienden y lo dotan de una dimensión artística. Y creo que ahí está justamente el mayor defecto de Caso Karen: que aun siendo una novela con una historia y unos personajes e interés, con una estructura narrativa bastante lograda y un estilo convincente en casi todas sus páginas, sin embargo deja la impresión de que no consigue superar esa línea indefinible a la que con toda su maliciosa ironía apuntaba Truman Capote.
Basada en un modelo clásico de planteamiento narrativo (la reconstrucción policial de las últimas horas de la vida de una persona), Caso Karen utiliza la técnica narrativa del caleidoscopio. Mediante la mezcla o sucesión de distintas voces y testimonios -la pareja de policías que investigan el caso, los amantes de Karen, alguna amiga, agentes literarios, gente del hampa, su padre, un profesor universitario que escribe su tesis sobre la autora con una pedantería magníficamente retratada, hasta fragmentos de las novelas de Karen-, el lector asiste al descubrimiento de un personaje contradictorio, ciclotímico, una escritora que envuelve su personalidad en un juego de máscaras en el que acaba resultando imposible distinguir a la mujer real del personaje literario.
El personaje de Karen del Corral es probablemente lo más interesante de la novela. No es una criatura especialmente simpática -a veces resulta desagradable o cargante-, pero sí dotada de fuerza literaria, de capacidad de convicción. En su ascenso fulgurante al Olimpo literario, en sus contradicciones, en su deseo de comerse la vida a bocados y de encontrar una felicidad que siempre parece frágil y esquiva, en esa condición de juguete roto, víctima de la fama rápida, las malas compañías y, sobre todo, de sí misma, hallamos los rasgos de una pequeña pero auténtica tragedia cotidiana, que seguramente es mucho más representativa de la sociedad contemporánea de lo que pudiera parecer por lo particular del personaje y del ambiente «artístico» en el que vive.
El problema de la novela es que aunque el personaje y la vida de Karen están en más de una ocasión a punto de lograr una cierta ejemplaridad, en última instancia la novela no logra remontar el vuelo, llegar hasta la altura en el que el cotilleo del que hablaba Capote se transforma en iluminadora exploración de las almas y los destinos humanos. Tal vez la insistencia del autor en retratar lo sórdido -ese mundo de la noche, tan querido de Karen (y de Mañas, a juzgar por sus novelas anteriores), con sus acompañantes habituales, el alcohol, las drogas, la música de discoteca, el sexo, los personajes y ambientes marginales- sea la causa de esta sensación, aunque ciertamente también es posible que sea una cuestión de gustos, o de distancia generacional. No pongo en duda que el mundo que retrata el autor resultará muy interesante para determinado público (tengo que confesar, en cambio, que a mí todo eso ya me pilla muy mayor), pero mi opinión personal es que, debajo de las sucesivas capas de sordidez de la historia, que afectan prácticamente a todos los personajes y a los escenarios retratados en la novela, no hay la enjundia necesaria.
De todas formas, Caso Karen es una novela que se lee con gusto, a pesar de alguna dificultad inherente a la técnica narrativa empleada, que no obstante se supera con cierta atención. El acierto en la construcción del personaje protagonista y en la representación de los ambientes que frecuenta constituyen los principales méritos de una obra a la que le hubiéramos agradecido mayor variedad y un más amplio aliento.
Los interesados pueden leer las reseñas de Ricardo Seanabre en El Cultural, de Javier Goñi, en El País, y la brevísima, pero muy atinada de Ángeles López, en Qué Leer.
José Ángel Mañas, Caso Karen, Barcelona, Ediciones Destino (Col. «Áncora y Delfín», 1019), 2005, 226 páginas.
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