De las dos obras teatrales de Miguel Mihura que José Luis Garci y Horacio Valcárcel han refundido y adaptado para elaborar el guión de Ninette –Ninette y un señor de Murcia y Ninette, modas de París– sólo conozco la primera, que acabé de releer ayer (la película la vi el sábado). No tengo todos los elementos de juicio, pues, para valorar en su justa medida los entresijos de la adaptación, aunque me aventuro a afirmar, basándome en mi conocimiento de la primera comedia, que Ninette es bastante fiel al tono e intención de las dos comedias y, por supuesto, a sus textos.
La fidelidad de Garci al espíritu y a la letra de las comedias de Mihura (que no parece casual, pues la película celebra explícitamente, tras los títulos de crédito, el centenario del nacimiento del autor madrileño) tal vez explique un hecho curioso relacionado con la recepción de Ninette, y es el de que numerosos juicios de críticos y espectadores parecen ignorar los antecedentes literarios de la película o, si los conocen, se han dedicado a aplicar al cineasta la propiedad transitiva de la teoría de conjuntos, volcando sobre él los reproches ideológicos o estéticos que en su caso tal vez habría que imputar a Mihura.
Sólo así se explica, por ejemplo, la crítica de M. Torreiro en El País, que saca a colación «los argumentos ideológicos favoritos del fascismo español» (¡nada menos!), con los que emparenta las «puyas ideológicas del calibre de las que en las obras, y en la versión de Garci, son algo más que elementos para decorar». Vale, es cierto que los republicanos que aparecen retratados en la primera comedia de Mihura y en la película de Garci son de chiste, con su mezcla de sectarismo y de extravagancias más o menos inofensivas. Pero no tienen cuernos ni rabo, ni son mala gente, ni caen mal al espectador. Bien al contrario, son «personas» en toda la extensión de la palabra, que ponen los sentimientos por encima de las ideologías, y que prefieren la felicidad de su hija a cualquier consigna de partido. Si estos valores, que la película de Garci comparte con la obra de Mihura, son argumentos ideológicos del fascismo, aviados estamos.
Algo más atinados son los reparos que varios críticos y unos cuantos espectadores de los que escriben en los foros han dedicado al «edulcoramiento» de la anécdota y de las situaciones, por utilizar un término que el propio Torreiro emplea en su reseña y que viene bien para caracterizar una actitud tan peculiar como constante en la obra de José Luis Garci. Actitud que si en otras películas me pareció objetable (por ejemplo, en Tiovivo, c. 1950, para mi gusto bastante insatisfactoria), no lo es tanto en ésta. Ciertamente que hay colorín y endulzamiento en Ninette, aunque yo diría que resultan motivados y hasta necesarios: cómo no va a sabernos a pastel una comedia romántica que mira explícitamente a un tiempo (se estrenó un 3 de septiembre de 1964), que parece casi prehistórico en todo lo que se refiere a los «usos amorosos»; cómo no vamos a encontrar empalagosa una historia que hace de la flagrante inverosimilitud de los amores entre la chica parisina, Ninette, y Andrés, el señorito de Murcia, su principal asidero argumental, el hilo conductor de la trama y de la caracterización de los personajes; y, en fin, cómo no sentirnos al borde del empacho por el atracón de imágenes que no tienen otro objetivo que deleitarse en la contemplación de la belleza lánguida, sensual y muy, muy atractiva, de una espléndida Elsa Pataky.
Pero, con pastel y todo, Ninette es una película que se ve con sumo gusto, contada por alguien que conoce el oficio, que sabe lo que se trae entre manos y que no trata al espectador como a un imbécil. No son pocos los méritos que encierra: una narración reposada y serena, una espléndida fotografía, una música elegante y muy apropiada, una puesta en escena que, lejos de ocultar los orígenes teatrales de la historia, los potencia con decorados magníficos y con movimientos de cámara que saben sacar todo el partido posible del limitadísimo universo de habitaciones, pasillos y escaleras en el que se desarrolla la acción. A todo lo cual hay que añadir un elenco de actores en estado de gracia, donde brillan no sólo un inspirado Carlos Hipólito o una Elsa Pataky bellísima, que sabe enamorar a la cámara y a los espectadores tanto como al señor de Murcia y a su director (por cierto, aun admitiendo lo brillante de su trabajo, tengo que decir que los ditirambos de Garci en la presentación de la película producen algo de vergüenza ajena), sino toda una amplia galería de secundarios que proporcionan a la cinta una solidez y prestancia fuera de lo común. A uno le dan ganas de aplaudir viendo cómo Enrique Villén borda su papel de Armando, el amigo de Andrés, fúnebre, soso, tacaño e infeliz; o las sabrosas conversaciones entre Agustín Delgado y Miguel Rellán, que interpretan, respectivamente, al padre republicano de Ninette y a un cura de Murcia, menos intransigente de lo previsible; o esas escenas de la partida-tertulia, en casa de Andrés (por cierto, invención del guión, pues no están en el original de la primera comedia), en las que la espléndida interpretación de los secundarios sabe sobreponerse a la tristísima situación que evocan en sus palabras de españolitos de mediana edad, reprimidos y ansiosos; o la escena final de la película, con un Javivi que en su papel de camarero de un hotel de lujo luce en sus diálogos un francés elegantísimo, irreprochable.
No es Ninette una película redonda, pues a veces acusa falta de ritmo, como en las secuencias de enlace entre sus dos partes, la que transcurre en París y la que cuenta lo que ocurre tras la boda de Andrés y Ninette, ya en Murcia. Además, da la sensación de que la película se toma demasiado en serio las palabras de su director en elogio de Elsa Pataky, algunos de cuyos desnudos (por no hablar de los de Mar Regueras, obligada por el guión a interpretar un par de escenas casi sonrojantes) se me antojan del todo innecesarios, aunque sean -y ciertamente lo son- muy agradables a la vista.
Sin embargo, y vuelvo con ello al principio de la reseña, algo hay en la Ninette de Garci que sobresale por encima del común denominador del cine español de los últimos tiempos: un saber hacer indudable, un cariño que creíamos perdido hacia los materiales literarios, hacia los actores y hacia el público, un modo de construir las historias que convierte el concepto de «clasicismo» en una virtud y no en un motivo para el escarnio; por último, una celebración del amor y la alegría de vivir que se impone a los fetiches ideológicos, a las convenciones y a la propia historia de los personajes. No es poco para un director a quien constantemente se le regatean méritos y se le pone, no sé bien por qué razones, a los pies de los caballos.
Como el estreno de Ninette ha dado lugar a reacciones para todos los gustos, aquí presento unas cuantas reseñas representativas de lo que opina el respetable: de Bronte, en Digerido por; de Joaquín Vallet R., en Miradas de cine; de M. Torreiro, en El País; de Enrique Alpañes, en Fanzine Digital.
RAQUEL dice
saludos Eduardo, me ha gustado mucho tu bitácora la encontré por casualidad buscando material de lengua y literatura y he disfrutado cantidad leyendo tus opiniones, pensamientos…Yo estoy preparando las oposiciones de lengua y literatura y la verdad, entre tantos dias de agobios viene muy bien leer algo interesante y con sentido por aquí. Todavía no he visto Ninette pero después de leer tu crítica estoy desando hacerlo…un abrazo de una recien llegada.
Eduardo dice
Gracias, Raquel, por tus elogios. Suerte con las oposiciones y que te sea leve… Eso de estudiar con tanto calor no puede ser bueno para la salud.