De las dos obras teatrales de Miguel Mihura que José Luis Garci y Horacio Valcárcel han refundido y adaptado para elaborar el guión de Ninette –Ninette y un señor de Murcia y Ninette, modas de París– sólo conozco la primera, que acabé de releer ayer (la película la vi el sábado). No tengo todos los elementos de juicio, pues, para valorar en su justa medida los entresijos de la adaptación, aunque me aventuro a afirmar, basándome en mi conocimiento de la primera comedia, que Ninette es bastante fiel al tono e intención de las dos comedias y, por supuesto, a sus textos.
La fidelidad de Garci al espíritu y a la letra de las comedias de Mihura (que no parece casual, pues la película celebra explícitamente, tras los títulos de crédito, el centenario del nacimiento del autor madrileño) tal vez explique un hecho curioso relacionado con la recepción de Ninette, y es el de que numerosos juicios de críticos y espectadores parecen ignorar los antecedentes literarios de la película o, si los conocen, se han dedicado a aplicar al cineasta la propiedad transitiva de la teoría de conjuntos, volcando sobre él los reproches ideológicos o estéticos que en su caso tal vez habría que imputar a Mihura.
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