Con productos tan logrados como OpenOffice 2.0 y Mozilla Firefox 1.0.7 (ya está a la vista la versión 1.5, cuya Release Candidate 1 acabo de probar, con resultados más bien dudosos), el software libre aparece ante los usuarios no profesionales como una alternativa casi irresistible.
No es sólo una cuestión de dinero, claro, pero ¿quién va a pagar el pastón que cuesta la suite Office de Microsoft si, por el precio de una conexión de banda ancha, puede descargar tantas veces como quiera un conjunto de procesador de textos, hoja de cálculo, presentaciones, base de datos, programa de dibujo vectorial y editor de ecuaciones?
Y no se trata de vaporware, de ese software fantasma y de boquilla, sino de programas perfectamente funcionales y estables, capaces de importar los formatos propietarios que hemos utilizado toda la vida (WordPerfect, Word, Excel, Access, PowerPoint) y de trabajar con casi todos ellos de forma impecable. Llevo usando OpenOffice 2 una semana, y ya hay tareas que se me han hecho imprescindibles, como la generación de documentos PDF con enlaces funcionales, tarea que antes me costaba una eternidad, y que ahora resuelvo en un periquete.
Por supuesto, a los ingenieros de OpenOffice 2.0 les quedan unas cuantas tareas por delante -mejorar y ampliar los filtros de importación, crear más y mejores plantillas- pero lo que han conseguido hasta ahora merece todo el reconocimiento, sobre todo si contemplamos el producto desde la perspectiva del entorno educativo, en el que los recursos económicos son siempre escasos y las exigencias de calidad del producto final, o de trabajo en equipo, no son tan elevadas como en empresas y otras entidades corporativas.
De todas formas, no todo en OpenOffice 2 es un camino de rosas. Para quien firma estas líneas, el asunto de la calidad lingüística del producto no es un problema baladí. Y a este respecto, la ausencia de un diccionario de sinónimos en castellano (que supongo llegará en breve), la dificultad de instalar los diccionarios ortográfico y de separación silábica (a pesar de la macro DicOOo.sxw, de Laurent Godard, que extrañamente ha funcionado bien en una de las instalaciones que he realizado, pero no en la otra) y la poca claridad de las funciones que activan la guionación, son problemas serios, que limitan la decisión, tantas veces aplazada, de pasarme con armas y bagajes a la suite gratuita (si no en el trabajo, donde tengo que pelearme todos los días con una enorme cantidad de bases de datos en Access, al menos en casa).
Habrá que seguir haciendo pruebas con los elementos más complejos de La suite ofimática, aquellos que exigen más de las máquinas y de los programadores. De momento, lo que yo he podido comprobar sobre la novedad más brillante del OpenOffice 2.0 -el gestor de bases de datos Base- resulta sumamente prometedor.
Todas las pruebas que he hecho de conexiones ODBC a mis bases de datos en MySQL y Access han sido efectivas y sin sobresaltos, lo que no es moco de pavo. De todas formas, la experiencia aconseja mostrar un moderado escepticismo ante las novedades de software, máxime si tienen que utilizarse masivamente en un entorno de producción.
En cualquier caso, bienvenida sea esta esperadísima nueva versión de la suite ofimática, que aporta a los usuarios mucho más de lo que la mayoría pueden necesitar jamás. El «monstruo de las galletas» que es el Office de Microsoft, con su apetito gargantuesco de recursos y su infinita galería de opciones, tal vez tenga que pensar en una cura de adelgazamiento.
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