El comienzo de Los 2 lados de la cama da una idea bastante cabal de por dónde van a ir los tiros en esta nueva comedia de Emilio Martínez-Lázaro, continuación o secuela del exitazo de 2002: Lucía Jiménez, tirada sobre la pulida superficie de un gran piano de cola negro, bajo las luces indirectas de uno de esos restaurantes-bares de copas que ahora están de moda, intenta desesperadamente dar réplica a la Michelle Pfeiffer de Los fabulosos Baker Boys, mientras sus amigos y amigas la contemplan embelesados (bueno, algunos más que otros, y no digo más para no reventar la película).
La idea no es mala, pues otorga a la historia un halo de elegante sofisticación muy apropiado para una comedia que se quiere moderna, desinhibida y capaz de sintonizar con los gustos del público joven. Lo que ocurre es que el guión y la realización ponen a Lucía Jiménez en una tesitura imposible, de la que no hay modo de salir con dignidad, porque, digámoslo claramente, ni la música, ni la realización vocal de la actriz, ni la dirección de Emilio Martínez-Lázaro están a la altura de las que pudimos disfrutar en aquel antológico número (tan exagerado, al menos, como el que nos brinda Lucía Jiménez), que la Pfeiffer interpretaba con voz y ademanes gatunos en la película de Steven Kloves.
Creo que Los 2 lados de la cama se puede valorar perfectamente a la luz de este número inicial. Si lo que se ha querido realizar es una comedia musical simpática, ocurrente y entretenida, de esas cuyos temas musicales tararea el público al salir de la función, entre improvisados pasos de baile, hay que decir que no, que no es eso. Porque si como comedia funciona relativamente bien, con actores más o menos chispeantes, con un guión ingenioso, que hace reír con cierta frecuencia (tampoco es el colmo de la gracia y el salero, sobre todo teniendo en cuenta que camina por senderos ya muy trillados), la parte musical está, desde mi punto de vista, totalmente fracasada.
Pase que varios de los actores canten y bailen rematadamente mal (Guillermo Toledo se lleva el premio gordo a la voz peor afinada del reparto), pues la desfachatez con que sobrellevan su escasa habilidad los hace paradójicamente graciosos. Pase que el mejor y más reiterado hallazgo de las coreografías que interpretan los miembros del cuerpo de baile sea el de tirarse por el suelo y hacer contorsionismo de torsos, brazos y cabelleras (no entiendo la fascinación que siente el coreógrafo por los despliegues de melenas). Incluso se puede disculpar, habida cuenta de las convenciones de la comedia y del musical, el hecho de que la funcionalidad narrativa de algunos números brille por su ausencia. Pero lo que no tiene perdón es que la adaptación de los temas escogidos para los números musicales haya conseguido convertirlos en piezas frías, a veces muy poco reconocibles, sin la frescura ni la alegría de sus orígenes pop. Desde luego a mí no me convencen nada las armonías dificultosas y los tonos casi jazzísticos de determinadas piezas, para cuya interpretación musical hubiera sido necesario un talento vocal que en los intérpretes de esta película no abunda precisamente.
No me duelen prendas en reconocer que tengo malos hábitos y que no estoy lo que se dice bien acostumbrado, pues mi referente principal en el ámbito de la comedia musical son las películas norteamericanas (ya sé que las comparaciones son odiosas, pero hace poco que volví a ver Chicago en la tele). También estoy dispuesto a admitir que también en otras cinematografías se hacen musicales poco inspirados (tengo encima de la mesa del cuarto de estar, pendiente de ver de nuevo, el DVD de la francesa Ocho mujeres, que tampoco me pareció en su día un prodigio de soltura y talento). Pero lo cierto es que el espectador se merece algo más; si se trata de hacer una comedia musical, al menos cuéntese con intérpretes que sean bailarines decentes y cantantes apañados. Lo contrario es fiarlo todo al recuerdo de un éxito comercial (luego nos quejamos de las secuelas y precuelas que aviesamente difunden los americanos), y a la vis cómica de unos actores y actrices que no siempre pueden sostener con tal argumento el fracaso de un elemento esencial de la película. Al final, lo que ocurre es que el espectador que acude al cine con la intención de disfrutar de sus canciones y bailes se siente poco menos que engañado.
Y es una lástima, porque en líneas generales la trama está resuelta con ritmo y agilidad, y porque casi todo el reparto (la única excepción es Lucía Jiménez, que sigue estando muy verde, y que nunca encuentra la expresión adecuada para su personaje) lo hace muy bien. De todas formas, resulta curiosa la desproporción entre los papeles de los actores y los de las actrices, que va en contra de las propias intenciones del guión. En efecto, las mujeres de esta historia son valientes, arriesgadas y lúcidas, mientras que los hombres no pasan del estado habitual de cretinismo y simpleza con que muchas comedias contemporáneas (especialmente españolas) los pintan. Y sin embargo, no cabe duda de que con una única excepción –la de Carlota, interpretada por Pilar Castro con todo un despliegue de facultades y una gracia a la que sus compañeras de reparto no se acercan ni de lejos– a los actores les corresponden mejores papeles, mejores líneas de guión, y, a mi modo de ver, mejores interpretaciones. No será ninguna sorpresa para aficionado, pero hay que hacer hincapié en el hecho de que Guillermo Toledo, Ernesto Alterio y Alberto San Juan están soberbios. De los tres yo destacaría al último, que se confirma aquí como un genial actor de comedia. Contemplar a esa auténtica antología viviente del calzonazos hispánico que es el personaje de Rafa, con sus parrafadas incoherentes, su retórica hueca y su fondo inevitablemente sentimental bajo la apariencia de tipo duro, es todo un espectáculo.
He leído por ahí que Los 2 lados de la cama es una comedia poco menos que necesaria, porque refleja las nuevas formas de relación personal y las nuevas conductas sexuales que ahora mismo se están imponiendo en la sociedad española. Tal vez yo sea un antiguo, pero no puedo estar más en desacuerdo con tal opinión, al menos si lo que pretende es tratar de poner en valor una película a la luz de su capacidad para dar testimonio de la realidad. Como ocurre con gran parte del cine español que intenta pasar por moderno, la conexión de Los 2 lados de la cama con el mundo real tiende peligrosamente a cero. Ya sé que la comedia tolera y aun agradece toda clase de elementos estereotipados, de exageraciones y simplificaciones, pero aquí yo no veo el mundo real por ninguna parte. Con la excepción de Rafa y su eterno taxi, la película de Martínez-Lázaro transcurre prácticamente al margen de las preocupaciones y los escenarios cotidianos que caracterizan la vida de la gente común, salvo que por aquéllas se entienda el variopinto liarse y desliarse de los personajes de la comedia. Vale que este trabalenguas amoroso tenga gracia y sirva para pasar un rato divertido; ahora bien, que se nos presente, además, como una certera radiografía de la realidad social, eso ya no tiene medio pase.
[…] como El otro lado de la cama y Los 2 lados de la cama, de Emilio Martínez-Lázaro (véase la reseña que en su día publiqué a propósito de esta última). Más cercana está, en cambio, de los […]