A través de Planeta Educativo, la utilísima superbitácora que tanto hace por mantener a los profesores blogueros (me resisto a utilizar ese barbarismo horrible de blogfesores) al cabo de la calle, he ido a parar a la bitácora del I.E.S. «Torre del Prado», que ya conocía, y al anuncio de publicación por parte de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía del libro Las TIC como agentes de innovación educativa, de Rafael Palomo López, Julio Ruiz Palmero y José Sánchez Rodríguez.
Sólo he tenido tiempo de repasar el índice y echarle un vistazo a los epígrafes que más me interesaban (la versión en PDF, que es la que yo he consultado, se puede descargar libremente), pero no hay duda de que es una obra llena de buenas ideas y referencias imprescindibles. Aunque muy ceñida a la realidad educativa andaluza y a su plataforma tecnológica (que apuesta decididamente por el software libre y tiene como buque insigna a Guadalinex), todos los docentes procupados por la integración curricular de las Tecnologías de la Información y la Comunicación tienen a su alcance, a partir de ahora, una guía en la que inspirarse, e incluso un asidero al que aferrarse cuando lleguen los momentos de inseguridad o de zozobra, pues en Las TIC como agentes de innovación educativa se tocan todos los palos necesarios para una adecuada gestión de las TIC en el centro educativo: el contexto normativo y tecnológico, los diferentes agentes implicados en su desarrollo, los aspectos organizativos y hasta las experiencias concretas de uso en varias áreas del conocimiento.
Un único pero se me ocurre poner a este libro, que no sé si es imputable a los autores o a directrices emanadas de la entidad que lo ha publicado (he visto otros textos procedentes de la Junta de Andalucía que tienen las mismas características, de ahí la salvedad): la insistencia en evitar términos marcados por la diferenciación de género, presuntamente discriminatorios de la condición femenina, que se sustituyen por diversas fórmulas, como la pareja de masculino y femenino («profesores y profesoras», «alumnos y alumnas», «usuarios y usuarias», el nombre colectivo («profesorado», «alumnado») o los elementos léxicos no afectados por la moción genérica («docentes»), etc. No quiero abrumar a nadie con ejemplos de tales procedimientos, que pueden comprobarse eficazmente mediante operaciones de búsqueda en la versión digital.
En mi opinión, este modo de enfocar el problema de la invisibilidad de la mujer en la realidad lingüística resulta no sólo artificioso, sino incluso contraproducente para los propósitos que se persiguen, pues su resultado es un texto poco ágil y áspero de leer, y sobre todo la constante sensación de que obedece a un esfuerzo impuesto, contra el que se rebela la propia conciencia lingüística de los autores, como puede colegirse de los siguientes ejemplos (las negritas son mías):
- En la página de presentación, la Consejera de Educación de la Junta de Andalucía, Cándida Martínez López, señala: «el carácter innovador de nuestros profesores y profesoras, que han visto en las tecnologías de la información y la comunicación, un recurso para motivar a su alumnado, para replantearse su papel como docente«, sin advertir el clamoroso error de concordancia en el último término.
- Más adelante, en la página 29, aparece: «Todas las dificultades y reticencias que encuentra el profesorado ante las nuevas situaciones que se plantean en las aulas, pueden superase si ellos mismos asumen cambios en sus concepciones sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje», con una concordancia ad sensum que, a mi modo de ver, no es demsasiado elegante.
- Por último, en la página 56, figura el siguiente epígrafe, claramente inconsistente, aunque a buen seguro mejor que el que se hubiera obtenido de mantenerse la coherencia hasta sus últimas consecuencias: «CONSEJOS QUE DEBEN SEGUIR LOS PROFESORES Y PROFESORAS USANDO INTERNET CON EL ALUMNADO«.
Estoy convencido de que éste no es el camino correcto para evitar las notorias discriminaciones que sufren las mujeres en la vida social. Por el contrario, creo que tal proceder sólo conduce a un lenguaje ritualizado, artificial e inhóspito, en el que nadie (y menos un profesor de Lengua Castellana y Literatura, como el que firma estas líneas) puede llegar a sentirse cómodo. Creo que fue Ortega y Gasset quien dijo que los esfuerzos inútiles sólo conducen a la melancolía. Así me siento yo, melancólico, al leer muchas páginas de Las TIC como agentes de innovación educativa, por otra parte tan meritorias y dignas de elogio. No sé si merece la pena esforzarse tanto por lograr que nadie se sienta ofendido por la naturaleza intrínseca de la lengua española, para que luego salga por peteneras el geniecillo rebelde que todos llevamos dentro y se amotine contra las proscripciones que le hemos impuesto.
Quisiera concluir esta breve reseña con una nota positiva (y hago votos por que los autores me perdonen el exabrupto anterior, que no pretende en modo alguno minar el crédito que me merecen), basada en el relato de una experiencia personal. Con ocasión de un curso que impartí hace poco en el C.P.R. de Logroño, sobre el Uso de la Pizarra Digital en el aula de Lengua, me dediqué a repasar la bibliografía sobre la integración curricular de las TIC en el área de Lengua. Por ahí me encontré con un libro anterior de Ruiz Palmero, Sánchez Rodríguez y Palomo López, Materiales y recursos en Internet para la enseñanza bajo diferentes sistemas operativos. Guía práctica (Archidona, Ediciones Aljibe, 2005), menos ambicioso que el que comento en estas líneas, pero también muy útil, y nutrido de excelentes ideas que pude aprovechar (creo que provechosamente) para mi curso riojano. A los tres profesores, mis más sinceras gracias por los dos libros, y por los que a buen seguro habrán de seguir tras ellos.
Rafael Palomo López, Julio Ruiz Palmero y José Sánchez Rodríguez, Las TIC como agentes de innovación educativa, Sevilla, Junta de Andalucía, Consejería de Educación, 2006, 247 páginas.
Elisa dice
Me encanta oírte decir, mejor dicho, leerte, esas opiniones sobre el lenguaje políticamente correcto. La verdad es que a mí me resulta antiestético, pero a veces he cedido a las presiones del ambiente. Además parece que por ser mujer debía de estar más a favor de evitar esa invisibilidad a la que dicen que nos condena el masculino genérico, pero creo que hay otros frentes mucho más importantes en los que emplear las energías. No sé qué es más feo, si la barra, la arroba o el soniquete que producen esos infinitos alumnos y alumnas, compañeros y compañeras, niños y niñas, etc.
Eduardo dice
No soy tan inocente ni tan radical como pueda parecer por mi reseña, Elisa. Yo también he cedido más de una vez a la presión del ambiente, a pesar de mi oposición a estas prácticas. Sería necesario que llegáramos a un punto de equilibrio entre las necesidades de la comunicación (la rapidez, la eficacia, la espontaneidad, incluso la elegancia), y el respeto a la diferencia, o a los derechos de las minorías.
Pero lo cierto es que yo no tengo la clave de ese punto de equilibrio, y no sé si alguien la tiene. Habrá que explorar nuevas vías, proponer nuevas ideas.