
Miguel Santa Olalla propone en una de las últimas entradas de su extraordinaria Boulé un apasionante experimento: al final de una cita kantiana tan enjundiosa como larga (al menos para los parámetros habituales en la blogosfera), el autor dispara sobre el escenario blogosférico toda una batería de preguntas:
[…] me temo que en el mundo de las bitácoras sea un texto demasiado largo. ¿Tienen cabida estos textos en las bitácoras? ¿Qué condiciones o características deben cumplir los contenidos educativos para aparecer en una bitácora? ¿Son igualmente aplicables a todos los niveles educativos? ¿Potencian la lectura y la difusión de contenidos culturales y educativos a la vez que les imponen un formato determinado? ¿Qué te ha pasado por la cabeza a medida que leías esta obrita kantiana? ¿Te parecía demasiado larga como para aparecer en una bitácora? ¿Qué reflexiones alrededor del potencial educativo de las bitácoras se podrían realizar? Si has llegado hasta el final, te agradecería mucho que me dieras tus impresiones sobre alguna de estas preguntas. ¡Muchas gracias!
He respondido a la propuesta de Miguel Santa Olalla con un comentario muy breve, que invocaba una futura entrada para justificar su concisión. Como lo prometido es deuda, aquí van las respuestas a las cuestiones propuestas por el compañero filósofo, con alguna reflexión adicional de mi cosecha.
1. Los textos muy largos deberían merecer la misma actitud y consideración por parte de las bitácoras que cualesquiera otros. Yo defiendo esa igualdad teórica con la práctica: me gusta redactar textos de cierta extensión, porque habitualmente sólo me siento cómodo en los matices y los razonamientos detallados. Creo aconsejable, no obstante, favorecer la inteligibilidad de los textos largos con algunas estrategias de disposición del material escrito: limitar la longitud de los párrafos y, sobre todo, limitar la extensión de las líneas (para más detalles sobre los problemas inherentes a los errores de diseños de los blogs véase El mal diseño de las bitácoras, de Alejandro Valero). En este sentido, resulta evidente que el texto de la entrada de Boulé es incómodo de leer en pantalla, no sólo por la complejidad del discurso kantiano, sino por las características tipográficas del diseño fluido que utiliza esta bitácora, sobre todo cuando se aplica a monitores grandes (si no recuerdo mal, se recomienda que las líneas de un texto que se ha de leer en pantalla no tengan más de ochenta caracteres de longitud).
2. No es fácil responder a la pregunta con orientaciones universales. Hay que distinguir entre los contenidos educativos destinados a los alumnos y los que tienen como objetivo los docentes. También es preciso tener en cuenta las diferencias entre los tipos de textos: narrativos, instructivos, descriptivos, argumentativos, etc. Lo que parece evidente es que los textos de los blogs se han de adaptar a las características de los destinatarios y a los rasgos propios de los diversos tipos textuales. Un texto como el que ha escrito Miguel, o como la mayoría de los míos, no es apropiado para los alumnos (o, al menos, no tal como aparecen en nuestras entradas), y probablemente tampoco para un público no interesado en las materias que él y yo tratamos.
3. Las reflexiones anotadas en el punto anterior se pueden aplicar a la tercera pregunta. En principio, no veo obstáculo para que los blogs no sean aplicables a todos los niveles educativos que incluyan alumnos ya alfabetizados (tampoco sería imposible un blog para alumnos neolectores o no lectores, pero habría que sudar tinta china para elaborarlo), siempre que respeten los umbrales de atención y comprensión propios de los alumnos y alumnas que integran dichos niveles.
4. Las bitácoras son un medio de difusión cultural y educativo muy potente, no tengo ninguna duda de ello, sobre todo por su capacidad para interactuar con los usuarios y establecer redes sociales. Ahora bien, los formatos predominantes, los mecanismos de interacción e incluso los hábitos personales de la mayoría de sus practicantes (tanto redactores como lectores) establecen limitaciones prácticas a su uso. Por ejemplo, no me parece que los blogs constituyan un soporte idóneo para una lectura reposada y atenta (en general, la pantalla no es buen soporte para ello, aunque quién sabe qué deparará la tecnología en los próximos años), o para la lectura de textos de ficción, con sus exigencias imaginativas y evocadoras, que toleran mal las interferencias del aparataje intertextual. Por si hubiera alguna duda, los testimonios de los comentaristas de la entrada a propósito de su lectura en oblicuo y del recurso a la impresión lo prueban. Por otra parte, la costumbre de elaborar textos cortos y «pildorizados», que parece haberse extendido casi con fuerza de ley en la blogosfera (y fuera de ella), va generando un público que no se siente cómodo con los documentos de cierta longitud y complejidad.
5. Qué puedo decir de las ideas de Kant que no suene obvio: que resultan tan sólidas y justificadas cuando se escribieron como ahora. La apelación del filósofo a la asunción de la verdadera mayoría de edad por parte de las personas libres nunca ha sido más necesaria que en esta época nuestra, en que cunde como un vicio manifiesto y universal la alabanza de la irresponsabilidad y de una perpetua adolescencia. Nadie puede sentirse cómodo con la propuesta kantiana: todos, en mayor o menor medida, de forma más ocasional o con frecuencia, hacemos dejación de nuestra responsabilidad y se la endosamos a terceros, muchas veces disfrazándola con excusas de variado pelaje.
6. Tal como está presentada la entrada, me parece difícil o imposible de asumir por el público que yo más conozco, el de estudiantes de Secundaria o Bachillerato. Habría que «masticarla», prepararla, ofrecer un extracto o una versión aligerada.
7. En sí mismo, el texto es extraordinario, y de indudable valor educativo. Su potencial didáctico dependerá, en cada caso, de la habilidad del profesor para ponerlo en contexto, hacerlo accesible, relacionarlo con la experiencia real de los alumnos, etc. Seguro que no será demasiado difícil ilustrarlo con ejemplos históricamente más cercanos, o con actitudes que los alumnos y alumnas pudieran reconocer en su entorno, y tal vez con algún material multimedia que lo haga más atractivo y comprensible (YouTube sigue siendo una mina, y es trivial insertar en un blog el código que permite reproducir cualquiera de sus millones de documentos videográficos). Siempre cabría, además, ofrecer al grupo general una versión escolar y proponer un enlace al texto original, para aquellos alumnos que tienen más habilidad comprensiva y más afición a explorar por su cuenta. Lo mismo que he dicho respecto al texto kantiano se puede decir de otros textos y otros recursos educativos: su rentabilidad en contextos didácticos probablemente depende más de la pericia del profesor para situarlos en la adecuada perspectiva que de su nivel de dificultad.
Y como colofón de lo dicho hasta aquí, algún apunte final. Parafraseando aquella famosa definición de la novela, cabe decir que en las bitácoras, y con más precisión en las bitácoras educativas, cabe todo, o debe caber todo. Limitarlas a formatos determinados, a sensibilidades particulares, es cercenar sus posibilidades y coartar la libertad de sus autores. Ciertamente, cada propósito, cada escenario y cada audiencia impondrán sus propios límites, pero también hay que ser conscientes de que en más de una ocasión habrá que forzarlos, o violentarlos incluso, si no queremos que el campo de actuación se vaya constriñendo, cada día más, por la inercia de la comodidad y la pereza.
No sé si con su convocatoria Miguel Santa Olalla lo ha pretendido así, pero creo que la invocación kantiana a la asunción de la madurez y su rechazo de aquella minoría de edad entendida como la imposibilidad de que las personas se sirvan de su entendimiento sin la guía de otro es tan aplicable a la blogosfera educativa como a los ámbitos de la religión o la política, que el filósofo alemán cita en su opúsculo. Si se reclama de los docentes que huyan de la cómoda falsilla del libro de texto y construyan materiales propios y personales, ajustados a su realidad escolar, qué menos que admitir que cada profesor bloguero elabore un modelo propio de bitácora educativa, o al menos que se sirva de ella, libremente, para la invención, la experimentación y el juego. Al fin y al cabo, sabemos desde Huizinga que el ser humano no sólo es un homo sapiens, o un homo faber, sino también un homo ludens (y yo creo en este principio como en una verdad antropológica y vital de primer orden). No le quitemos al docente el entusiasmo por practicar, de la mano de sus blogs, el nobilísimo arte del magister ludens.
Aun siendo muchas y variadas las argumentaciones de este artículo, Eduardo, coincido contigo en todas ellas, y te felicito por la brillantez con que las expones. Yo también suelo escribir artículos largos en mi bitácora, y a veces pienso que puede que no sea lo más adecuado para este medio, pero enseguida me convenzo de lo contrario cuando pienso que un blog es algo personal con el que hago lo que me gusta, es decir, lo que me da la real gana. Si a alguien no le gustan los textos largos, que se vaya a otras de las miles de bitácoras que hay, que yo no voy a sentir ninguna pena. Cada uno tiene su forma de expresarse; hay quienes prefieren las carreras cortas, y quienes prefieren el largo recorrido. Tiene que haber de todo, y en la variedad está el gusto. Lo que pasa es que los textos largos tienen que ir acompañados de elementos que los hagan digeribles, y éste podría ser un tema interesante para un largo y reflexivo artículo de bitácora.
Y, de hecho, Alejandro, si te tengo presente en mis recorridos habituales por la blogosfera es porque tus artículos, casi siempre extensos, tienen mucha miga. Por cierto, gracias por el trabajo en el Observatorio Tecnológico del CNICE. Sobresaliente.
Reconozco en el texto de Alejandro Valero muchos de los defectos que creo que tiene mi bitácora, pero que, aún con ciertos conocimientos de html, no sé subsanar. Supongo que tenemos que pagar la novatada antes de encontrar el entorno que nos parezca más cómodo.