La revista Hélice, de «Reflexiones críticas sobre ficción especulativa», continúa su andadura con paso firme y espíritu resuelto. La periodicidad bimensual de la publicación se está cumpliendo a rajatabla (además, sé de buena tinta que hay material más que suficiente para alimentar durante varios números los programas de maquetación y generación de PDFs), tal como demuestra este cuarto número, tan sólido como los anteriores, pero, al menos para quien firma estas líneas, más atractivo que ellos.
Y lo es por razones que, me apresuro a señalar, son estrictamente personales. La primera se concreta en la larga y apasionante conversación que durante catorce páginas mantienen Santiago Eximeno y Javier Esteban Gayo con José María Merino, uno de mis novelistas predilectos y «el mejor escritor español actual de literatura fantástica», por utilizar el mismo y merecidísimo elogio que le dedica el editorial de este número. El segundo motivo es que la sección de «Críticas enfrentadas», que siempre cierra Hélice, está dedicada en esta ocasión a Nunca me abandones , del escritor inglés Kazuo Ishiguro, una novela que me gustó mucho y sobre la que en su día escribí un extenso comentario en Lengua en Secundaria.
De la conversación entre Merino, Eximeno y Esteban es difícil extraer un resumen que le haga justicia, pues los tres contertulios (cuatro, si añadimos, por parte de Hélice, a Alberto García-Teresa, que formula pocas pero muy oportunas preguntas) conversan con casi total libertad sobre muchos y muy distintos temas: la pulsión que a todos les anima en favor de lo fantástico, el mercado editorial en España e Hispanoamérica, los atributos que debe tener un cuento, los microrrelatos, las características de los buenos y no tan buenos lectores, el realismo y sus fronteras, sus proyectos literarios, sus fuentes y autores más admirados, etc. Es una conversación entretenidísima, tal vez un poco desordenada pero, por la misma razón, muy atractiva, y de enorme interés no sólo para los lectores aficionados a la literatura fantástica y de ciencia ficción, sino también para un público más amplio, pues el diálogo toca temas de indudable relevancia para la literatura escrita en lengua española, tanto española como hispanoamericana.
Las críticas enfrentadas sobre Nunca me abandones vienen firmadas por Iván Fernández Balbuena y Julián Díez. Me resulta difícil tratar con ecuanimidad de sus respectivas posiciones, pues lo cierto es que la valoración del primero coincide en líneas generales con la que yo escribí en su día, mientras que la de Julián Díez está bastante alejada de mis posiciones. Sólo diré que, a mi modo de ver, este último critica con un rigor excesivo los defectos propios de la «cienciaficcionalidad» de Nunca me abandones (cuya adscripción genérica, por cierto, también yo considero discutible), sin reconocer, a cambio, unos méritos literarios que desde mi punto de vista compensan más que sobradamente los posibles desajustes o insuficiencias del planteamiento genérico de la novela. En todo caso, hay que reconocer que las objeciones de Julián Díez están bien planteadas y que sus puntos de vista, por mucho que uno no esté de acuerdo con ellos, merecen la debida atención.
Entre la tertulia del comienzo y las civilizadas discrepancias del final se sitúa el núcleo de la revista, que es la sección de «Críticas», integrada por siete reseñas que tocan todos los géneros: la novela, el relato breve, el ensayo y, lo que es más sorprendente en una publicación de este tipo, la poesía. Abre la sección Santiago L. Moreno con un comentario de Lunar Park (Mondador i, 2006), del siempre polémico Bret Easton Ellis, cuyo aspecto más interesante es, a mi modo de ver, la reflexión sobre el carácter autoficcional de la novela del escritor norteamericano. La segunda reseña corresponde a Iván Fernández Balbuena, quien se esfuerza en sacar petróleo de una antología de cuentos de escritores españoles e hispanoamericanos, publicada por Domingo Santos con el título de Fragmentos de futuro (Juan José Aroz Editor, 2006). El esfuerzo del reseñista por salvar los muebles es encomiable, aunque a tenor de sus propias palabras («si éste es el estado actual de la ciencia ficción en castellano, tenemos motivos para preocuparnos»), parece más bien improductivo.
Julián Díez también ofrece una crítica un tanto reticente, aunque en conjunto favorable, de dos novelas de Sergio Parra (Jitanjáfora, Grupo AJEC, 2006 y Tanatomanía, Juan José Aroz Editor, 2007), un escritor muy joven al que considera «un nombre a seguir». Mucho más elogioso, aunque a mí se me hecho sumamente pesado (me da la sensación de que algunos de los trabajos que forman el volumen deben de ser igualmente densos), es el comentario de Eduardo Vaquerizo sobre Europa imaginaria. Cinco miradas sobre lo fantástico en el viejo continente, una recopilación de ensayos que la editorial Valdemar publicó en 2006.
La novela Terminal, de Brian Keene (La Factoría de Ideas, 2005) es el objeto de la crítica de David Jasso. Como no la he leído, no estoy en condiciones de discutir los méritos que haya podido encontrar el reseñista en ella. Ahora bien, ni los fragmentos escogidos como ejemplos del tono y estilo del relato, ni la propia reseña, escrita con cierta torpeza, constituyen suficiente aliciente como para leer un libro cuyo «autor no escatima momentos desagradables o morbosos», y en la que «hay vómitos, diarreas y espasmos intestinales (y en ocasiones las tres cosas a la vez)». La verdad, se le quitan a uno las ganas que pudiera tener.
Todo lo contrario de lo que ocurre con la reseña firmada por Alberto García-Teresa de Cosmología esencial (DVD Ediciones, 2000), una antología de Rafael Peréz Estrada prologada por José Angel Cilleruelo, especialista en el poeta malagueño. Aunque el lector sea, como es mi caso, bastante escéptico respecto a la posibilidad de que la poesía lírica sea compatible con lo fantástico, por su carácter dudosamente ficcional y no representativo (ya Todorov escribió al respecto en su Introducción a la literatura fantástica), el comentario de García-Teresa resulta estimulante y sugestivo.
La última crítica corresponde a Fernando Ángel Moreno, a quien le toca en suerte (nunca mejor dicho) un clásico de la bibliografía secundaria sobre los géneros de la imaginación. Me refiero a De este y otros mundos: ensayos sobre literatura fantástica (Alba Editorial, 2004), un libro de C.S. Lewis que he ojeado en más de una ocasión, y alguno de cuyos artículos tengo fotocopiado por ahí, pero que nunca he leído como Dios manda. A Moreno le ha entusiasmado Lewis, lo cual no es de extrañar, pues la reivindicación por parte del escritor británico del sentido de lo maravilloso y del disfrute de la fábula, entendida en el sentido narratológico del término, como elementos centrales de la experiencia literaria es un principio al que difícilmente un aficionado a la literatura fantástica y de ciencia ficción podrá poner reparos.
No quiero terminar este comentario sobre el cuarto número de Hélice sin referirme a dos aspectos de la revista que tal vez convenga revisar. El primero tiene que ver con los criterios de selección de las obras reseñadas: comprendo que es preciso atender las novedades que ofrece el mercado editorial y dedicar espacio a los escritores noveles, más si escriben en castellano; ahora bien, cuando los propios reseñistas encuentran difícil justificar los méritos de las obras que comentan (y esto ocurre en varias ocasiones), se hace difícil aceptar que tales criterios sean válidos. El segundo aspecto mejorable afecta al contenido de algunas críticas, pobremente escritas y con apreciaciones un tanto pedestres sobre la construcción y el estilo de los libros. Cito un par de ejemplos, que no son, ni mucho menos, los únicos: «aunque las frases son coloquiales y rápidas, sin embargo no se echan en falta virguerías estilistas y funciona perfectamente» o «cada palabra está en su sitio».
No me creo con derecho a dar lecciones de cómo se debe escribir una reseña, pues reconozco que en las que yo he escrito no siempre he estado a la altura de lo que ha leído, que en más de una ocasión he equivocado mi juicio o incluso que he tomado prestadas ideas que no eran mías. Por otra parte, sé muy bien que los peligros de la trivialidad o de la pedantería siempre acechan al autor de una reseña, y que no siempre se puede ser sublime. Con todo, me parece que faltaría a mi deber de lealtad con el equipo de gente entusiasta que se encarga de publicar Hélice si no dijera que me siento muy incómodo al leer juicios críticos como los que acabo de citar.
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