Es sorprendente (y desde luego imperdonable) que a la sección de Podcasts de La Bitácora del Tigre no haya llegado todavía uno de mis compositores de bandas sonoras predilectos: Henry Mancini, el músico de las melodías de seda, el autor de temas elegantísimos y seductores, que parecen haber nacido para ser tarareados infinitamente, hasta el fin de los tiempos.
A Mancini le conoce hasta el más recalcitrante enemigo de la gran pantalla, gracias al tema principal de La pantera rosa, que originalmente fue una de las más afortunadas películas cómicas de un genio de la comedia como Blake Edwards (músico y cineasta trabajaron juntos en nada menos que 28 títulos), y que con el correr de los años se convirtió en santo y seña musical de una celebérrima serie de dibujos animados. En Pamplona lo conoce todo el mundo, aunque no sepa su nombre, porque en los tendidos de sol de la plaza de toros de San Fermín, durante las corridas, las fanfarres de las peñas suelen interpretar, siempre con gran efectismo y éxito garantizado, los compases iniciales de Peter Gunn (varias versiones del tema pueden escucharse en Radio.Blog.Club).
Pero Mancini es autor de otras muchas bandas sonoras de películas que contienen temas musicales inolvidables: Sed de mal (sí, es cierto, cuando me enteré de que era obra suya me quedé realmente estupefacto, porque el tono de la película no concuerda en absoluto con las elegantes imágenes que suelen asociarse al compositor italo-norteamericano; no así el de la música, cuyos toques jazzísticos ya preludian al Mancini posterior), Desayuno con diamantes, Hatari, Días de vino y rosas, Charada, Su juego favorito (nunca la guerra entre sexos ha sido tan divertida como en esta deliciosa película), La carrera del siglo, Dos en la carretera, Arabesco, El guateque (uno de mis films preferidos y un prodigio de actuación a cargo de Peter Sellers), 10. La mujer perfecta, Víctor o Victoria, Cita a ciegas (en la que actúa una de las actrices más bellas de la historia del cine, Kim Basinger, entonces en la cumbre de su esplendor). Y también de series de televisión memorables: Peter Gunn, Mr. Lucky, Remington Steele, Hotel o El pájaro espino.
Al crédito de Mancini entre los aficionados a la música para cine le ha perjudicado seguramente su popularidad. Sus composicioines, tan fáciles de tararear, tan pegadizas, han sido utilizadas hasta la saciedad en anuncios, sintonías musicales, ráfagas televisivas y toda clase de artificios publicitarios. Además, no es raro encontrarse con los temas de Mancini en las programaciones de «música de ascensor», ese conjunto de fondos sonoros, lánguidos, inofensivos y casi inaudibles que podemos encontrar en cualquier gran oficina, o en la consulta del dentista, en los momentos más insólitos.
Tales usos espurios no pueden empañar, sin embargo, el mérito de Mancini, uno de los grandes de la música cinematográfica, un compositor que logra melodías de una belleza y elegancia extraordinaria, singularmente dotado para el humor y la ironía, con un olfato infalible para captar el tono justo de una película y verterlo en el pentagrama. Todo eso aparece en el tema que he escogido para la entrada de hoy. Fue el lema musical de una serie televisiva que tuvo un enorme éxito en Estados Unidos durante los años 1959 y 1960. Aunque no he visto ningún episodio de la serie, recuerdo perfectamente que su música -ah, el órgano Hammond, con su timbre tan sensual y tan elocuente- se me quedó grabada desde la primera vez que la escuché. No hace tanto tiempo que la recuperó para el gran público un célebre showman que intervenía en un escandaloso espacio televisivo de madrugada. En su entrada en el plató, bajo los sones de Mancini, nuestro hombre se pavoneaba ante las cámaras alardeando de lo que él consideraba audacia y desparpajo, y que a mí no me parece otra cosa que exhibicionismo y mal gusto.
Doy por bien empleada semejante falta de respeto si ha de servir para rendir homenaje a ese gigante de la música popular contemporánea que es el inconmensurable Henry Mancini. Aquí tenemos a un Señor Afortunado (Mr. Lucky), hombre de mundo, galán y tipo simpático hasta para sus enemigos, que pasea su irresistible sonrisa por el mundo.
El tema corresponde al disco Ultimate Mancini, publicado en 2004 en conmemoración del octogésimo aniversario del nacimiento del compositor. Ante el teclado de un órgano Hammond B-3 aparece Joey De Francesco, uno de los más conocidos intérpretes de este instrumento.
Kaplan dice
Tal como indicas, el calificativo que mejor se ajusta al estilo de Mancini es «elegante». Si el calibre de un compositor se mide por su capacidad para lograr una atmosfera personal e inconfundible (más o menos lo que supone la voz propia en la narrativa), Mancini sólo puede ser calificado de genio. Oír una composición suya y decir su nombre en alto es todo uno.
Mis preferidas son The Days Of Wine And Roses (que le aporta un inesperado tono de melancolía a semejante tragedia) y, especialmente, Breakfast At Tiffany’s, que para mi gusto contiene la esencia de su estilo.
En todo caso, no me convence mucho esa edición, prefiero otras recopilaciones en las que los temas son exclusivamente musicales, sin voces.
Eduardo Larequi dice
Tampoco es la recopilación de Mancini que más me gusta (de hecho, no me gusta nada la versión de «Moon River» a cargo de Stevie Wonder y los Take 6), pero es el único disco que tenía a mano con la música de «Mr. Lucky».
En lo que importa, Kaplan, estamos totalmente de acuerdo: Mancini es un genio absoluto.