Si hay un compositor de bandas sonoras conocido por casi cualquier ser humano que tenga sentido del oído, ése es John Williams. Autor de la música de más de cien películas, sus obras están indeleblemente impresas en la memoria de varias generaciones de aficionados al séptimo arte, y forman parte de la cultura popular de nuestra época, al menos por dos buenos motivos: en primer lugar, porque la música de Williams tiene un acusado sentido melódico y orquestaciones brillantísimas; y en segundo lugar, porque las bandas sonoras del compositor norteamericano están asociadas a una larga serie de films de éxito universal. Lo demuestran los títulos en que ha intervenido desde mediados de la década de los setenta, época en que accedió a una posición incomparable en la industria cinematográfica norteamericana (y no suele tenerse en cuenta el hecho de que para entonces ya llevaba veinte años en el oficio), de la mano del entonces jovencísimo Steven Spielberg, con el que ha colaborado en veintidós películas
Sin ánimo de agotar la lista, he aquí los ejemplos más significativos de su producción desde entonces: Tiburón (1975), la hexalogía de La guerra de las galaxias (1977-2005), Encuentros en la tercera fase (1977), Supermán (1978), 1941 (1979), la trilogía de Indiana Jones (1981-1989; para 2008 se espera la cuarta entrega, también con música de Williams), E.T., el extraterrestre (1982), El imperio del sol (1987), Las brujas de Eastwick (1987), El turista accidental (1988), Nacido el cuatro de julio (1989), Presunto inocente (1990), Solo en casa (1990), Hook (1991), JFK (1991), Parque Jurásico (1993), La lista de Schindler (1993), Nixon (1995), Sabrina (1995), Sleepers (1996), El mundo perdido (1997), Siete años en el Tíbet (1997), Salvar al soldado Ryan (1998), Las cenizas de Ángela (1999), El patriota (2000), Inteligencia artificial (2001), la serie de Harry Potter (2002-2007), Atrápame si puedes (2002), Minority Report (2002), La terminal (2004), La guerra de los mundos (2005), Memorias de una geisha (2005) y Munich (2005).
Cinco Oscars y cuatro Globos de Oro a la mejor banda sonora, decenas de candidaturas a ambos premios (en la actualidad, es la persona viva que ha sido más veces candidato al Oscar en toda la historia del cine, empatado con Alfred Newman, otro compositor de bandas sonoras ya fallecido, y sólo superado por Walt Disney), diecinueve Grammys e infinidad de premios y distinciones adornan las vitrinas del compositor. Williams también ha escrito un nutrido catálogo de canciones, piezas de cámara y obras para orquesta, y ha sido director de un conjunto tan prestigioso como la Boston Pops Orchestra, sección de la todavía más prestigiosa Boston Symphony Orchestra, desde 1980 a 1993. Menos conocida es su faceta de intérprete consumado de varios instrumentos: trombón, trompeta, clarinete y piano. Según el artículo que le dedica la versión inglesa de la Wikipedia dedica a John Williams, el compositor norteamericano participó como pianista en la grabación del tema principal de la serie Mr. Lucky; no deja de ser una curiosa coincidencia, pues a la pieza de Mancini dediqué la entrada de la sección de podcasts que precede a ésta.
Hasta aquí, los hechos que los aficionados al cine y a la música de películas pueden averiguar en cualquiera de las muchos sitios web dedicados al maestro Williams: además de sendos artículos de la Wikipedia en sus versiones española e inglesa, sitios como The John Williams Web Pages, John Williams Music Network, John Williams Fan Network, Music by John Williams (en el que no sólo se incluye información exhaustiva, sino también una enorme cantidad e música en formato MIDI, que se puede descargar), The John Williams Collection (con un aparato gráfico y sonoro muy valioso), Web homenaje a John Williams (un sitio web en español con casi veinte comentarios, a cuál más interesante, sobre otras tantas bandas sonoras).
Pero no he traído a John Williams a la sección de podcasts de La Bitácora del Tigre para ponerme pedante y abrumar a la concurrencia con citas y enlaces. Más me interesa destacar lo que la música del compositor norteamericano ha supuesto en mi vida: muchos momentos de una emoción tan pura, tan intensa, que no se puede describir con palabras. Recuerdo perfectamente qué impresión me produjeron los minutos iniciales de la primera entrega de La Guerra de las Galaxias, allá por 1977, con el famosísimo efecto de las letras amarillas que avanzan en perspectiva hacia el fondo infinito y negro del espacio, mientras suenan las fanfarrias de su tema principal. En los últimos años he revivido ese recuerdo junto a mis sobrinos, pues a todos ellos les he inoculado el virus de la serie galáctica. Hay que verlos sentados en el salón de casa, con el DVD sonando a toda potencia por el sistema de altavoces 5.1, para darse cuenta del magnetismo que ejerce la banda sonora de esta saga cinematográfica: en cuanto aparece el título con su peculiar tipografía y suenan los primeros compases de la música de Star Wars, caen en una especie de estado de trance del que cuesta mucho esfuerzo sacarlos.
Hay otro hecho relacionado con la música de John Williams que quiero evocar aquí. No sé exactamente cuándo se produjo (aunque hará de ello ya diez años, por lo menos), pero creo que era un viernes por la tarde, en el Casco Viejo de Pamplona. Pilar y yo paseábamos por la calle Mercaderes (una de las que forman parte del recorrido del Encierro), cuando oímos los inconfundibles compases de la banda sonora de Superman. Aceleramos el paso en busca del origen de la música, y lo encontramos en la Plaza Consistorial. Allí formaba en pleno La Pamplonesa, la banda de música «oficial» de la ciudad, que interpretaba un repertorio escogido de las más famosas composiciones de John Williams. Yo me quedé sobrecogido de la emoción, incapaz de pensar en otra cosa que no fueran las imágenes de las películas asociadas a aquellas melodías. Cuando los metales se arrancaron con los compases iniciales de En busca del arca perdida, lágrimas como puños me rodaban por la cara. Al acabar el concierto, me hallaba en un estado de agotamiento emocional absoluto: feliz sin medida, pero con las piernas temblorosas, la lengua pegada al paladar y el cuerpo recubierto de sudor.
Ya sé que estas anécdotas pueden sonar desaforadas y hasta cursis, pero aseguro a mis lectores que el relato es del todo sincero. Con independencia de lo que opinen, seguramente con mejor criterio que el mío, los músicos profesionales (y en especial los que se declaran pertenecientes a la «vanguardia»), la trayectoria musical de John Williams merece todos los elogios, porque no sólo ha creado generaciones enteras de aficionados a la música de cine (como ya he contado alguna vez, mi colección de discos de bandas sonoras comenzó con Vangelis y Ennio Morricone; Williams vino tras ellos, pero en seguida los superó a ambos), sino que ha ayudado a construir una mitología cinematográfica que, sin negar su condición popular, tiene una amplitud y alcance enormes. Pero, sobre todo, y más allá de cualquier matiz o reparo, Williams ha demostrado con sus bandas sonoras que la conjunción de la música con la imagen constituye una experiencia emocional de recuerdo imborrable.
La selección de temas musicales que propongo a continuación no pretende abarcar la enorme variedad de la producción de Williams para la gran pantalla. En cambio, sí ha querido ser respetuosa con algunas de sus claves musicales. Por ejemplo, la exaltación de la épica aventurera, tan espléndidamente representada por el tema principal de En busca del arca perdida, de 1981, una melodía heroica, vibrante y briosa, ante cuyos primeros compases cualquier aficionado siente la irresistible sensación de saltar de la butaca y lanzarse a los lomos del primer cuadrúpedo (o a los mandos del primer automóvil o avión, pues con todos los semovientes se atreve Indy) que se encuentre. O la fascinación por la solemnidad y la pompa, casi siempre teñida de tonos burlescos e irónicos, presente en tantas y tantas marchas cinematográficas del compositor; un ejemplo soberbio es la «Parade Of The Slave Children» (de Indiana Jones y el templo maldito, 1984), que con su variadísima instrumentación -flautines, trompetas, trombones, platillos, cajas, timbales, xilófono- parece el decorado musical, deliberadamente exótico, de un alarde levantino de moros y cristianos, con sus guerreros de guardarropía, su paso cadencioso y sus fantásticos y abigarrados trajes.
En cuanto al dramatismo y la intensidad emocional tan característicos de la música del compositor norteamericano, brillan con luz propia en una de sus composiciones más singulares, el «Duel Of The Fates», de Star Wars. Episodio I. La amenaza fantasma, 1999. Con una orquestación extraordinariamente enérgica (cómo suenan los metales de la London Symphony Orchestra, dirigida por el propio compositor) y un desarrollo rítmico apabullante, el coro mixto se entrega con denuedo a la articulación de un himno de batalla cuya belicosidad contagia a los instrumentistas. Dentro de la orquesta alternan las distintas familias de instrumentos (las cuerdas, los metales, la percusión salvaje del final) en lo que más parece una lucha a muerte que un diálogo musical. El origen de esta pieza es realmente curioso: según señala la Wikipedia, a partir de «The Battle of the Trees», título de la traducción propuesta por Robert Graves para el poema «Cad Goddeu» o «Kat Godeu» (que forma parte del Book Of Taliesin, uno de los más famosos poemarios galeses), se realizó una traducción o versión moderna al sánscrito, que es la que se interpreta en la pieza. A pesar de las muchas fuentes que he consultado, no estoy seguro de que esta recargada explicación culturalista sea del todo exacta, pero lo cierto es que el rotundo vocalismo y el exuberante desarrollo de la estrofa sientan como anillo al dedo a la compleja coreografía de la lucha con sables láser que ocupa la pantalla mientras Williams desgrana sus potentes frases musicales.
He aquí el dístico que sirvió de inspiración al compositor, en la versión de Graves (el poema completo puede leerse, en galés, en Celtic Literature Collective; su traducción inglesa, en Son Of Apostrophe, y su versión española en Sitio al margen):
Under the tongue root a fight most dread,
and another raging, behind, in the head.
(‘Bajo la raíz de la lengua una lucha sumamente terrible,
Y otra furiosa detrás, en la cabeza’)
Y aquí la letra en sánscrito:
Korah Matah Korah Rahtahmah
Korah Rahtamah Yoodhah Korah
Korah Syahdho Rahtahmah Daanyah
Korah Keelah Daanyah
Nyohah Keelah Korah Rahtahmah
Syadho Keelah Korah Rahtahmah
Korah Daanyah Korah Rahtahmah
Korah Daanyah Korah Rahtahmah
Nyohah Keelah Korah Rahtahmah
Syadho Keelah Korah Rahtahmah
Korah
Korah Matah Korah Rahtahmah
Korah Daanyah Korah Rahtahmah
Nyohah Keelah Korah Rahtahmah
Syadho Keelah Korah Rahtahmah
Korah
Las dos últimas entregas musicales de este artículo corresponden a un registro muy distinto, mucho más discreto y seguramente menos conocido del gran público que los anteriores. Pertenecen a la banda sonora de Inteligencia artificial (2001), que para muchos aficionados es una de las más conmovedoras películas de Steven Spielberg (en su día publiqué la reseña en Lengua en Secundaria). La soprano Barbara Bonney interpreta «The Search For The Blue Fairy» y «Where Dreams Are Born», los dos temas más conspicuos de una banda sonora que destaca por lo variado de sus tonalidades musicales y emotivas. Las melodías de ambos temas se cuentan entre las piezas más hermosas que haya compuesto Williams en toda su larguísima carrera, y en ellas encontramos a un compositor de sensibilidad delicada, casi enfermiza, al servicio de un sentimiento de tristeza infinita que sólo encuentra consuelo en la fantasía de un amor imposible.
albert dice
Hola.
Comparto su pasión por John Williams probablemente el más popular compositor de música para cine que conozco.
Yo tampoco puedo dejar de emocionarme al escuchar el tema principal de «En busca del arca perdida», «E.T.» y otra que creo no ha mencionado:la pieza para violín de «La lista de Schiendler».
Recuerdo que me ponía de fondo la banda sonora de «La última cruzada» mientras leía por 1ª vez «El señor de los anillos»…
Y uno de los momentos más emocionantes de mi vida lo tuve preparando un CD de música seleccionada por mi hijo ( tenía 4 años)entre mi colección, en el que incluyó la «Raider’s March», el tema principal de E.T. o la famosa pieza de Hatari de Mancini… Y eso que todavía no había visto las películas.
Ahora me las pide constantemente. Espero no haber hecho mal dejándole ver tan pronto la trilogía de Indiana.
Probablemente las películas de Spielberg no hubieran sido tan inolvidables sin la música del maestro Williams.
Un saludo
Javier Ortega dice
Magnífica entrada: hace justicia a ese genio (creo que el calificativo, en esta ocasión, no resulta desmesurado) que es John Williams. La selección de piezas propuesta la comparto plenamente, si bien, como es lógico, se antoja inevitable que afloren a la memoria otros ejemplos que me permito sugerir:
-El Himno a los Caídos de «Saving Private Ryan». Probablemente la mejor composición vocal de Williams. Y no es decir poco.
-La Fuga que acompaña los preparativos de la jaula en «Tiburón». Un prodigio de orquestación que no desmerece de los grandes maestros del Barroco.
-El hermoso villancico («Somewhere in my memory») de «Solo en casa». Para mí, lo mejor de la película.
-El Tema de Amor de «Superman». Inspiración melódica incontenible y otro alarde de orquestación.
En fin, Eduardo, que no puedo estar más de acuerdo contigo. Tenemos la fortuna de ser coetáneos de este músico asombroso -al que tanto debe mi admirado Spielberg-, y de disfrutar de su obra tanto en la pantalla como en nuestros equipos de sonido (por no hablar de las salas de conciertos, donde resulta cada vez más frecuente la inclusión de piezas de su autoría).
Enhorabuena por el blog y un fuerte abrazo.
Eduardo Larequi dice
Comparto plenamente tu valoración y tu selección de piezas alternativas, aunque tengo que confesar que del villancico de Solo en casa tengo un recuerdo bastante difuso. A ver si esta tarde me pongo al corriente.
Andrés Brito dice
No te puedes perder FIMUCITÉ 2010