Era uno de esos actores del cine norteamericano que todos los espectadores recuerdan, aunque no consigan acordarse de su nombre y apellido. No muy alto, muy rubio, siempre recio y viril, con una singular apostura cuando vestía traje y sombrero, yo tengo en la memoria la imagen vivísima de Richard Widmark, protagonista de muchas tardes lluviosas de los sábados y los domingos, durante aquellos años en que la televisión en blanco y negro congregaba ante su escueta programación de dos canales a toda la familia.
Es obvio que Widmark no disfrutaba del glamour y la prestancia de otros actores del cine clásico de Hollywood, pero tampoco me cabe la menor duda de que poseía un carisma especial. Desde muy pequeño siempre me sorprendió el fuego que ardía en cada uno de sus gestos y miradas. Interpretara papeles de héroe o de villano, de soldado, aventurero, detective o médico, aquel fuego interno estaba siempre en sus actuaciones, agazapado y a la espera de inundar la pantalla con una explosión de rabia, de ira o de contenido y tenso dramatismo.
Nada mejor para comprobarlo que esta secuencia de ¿Vencedores o vencidos? (Judgment at Nuremberg, Stanley Kramer, 1961) una de las mejores películas de ese género tan característicamente hollywoodiano que es el cine de juicios. En este proceso ficticio, aunque basado en los juicios de Nuremberg en los que se juzgó a miembros destacados del aparato judicial nazi, Richard Widmark interpreta, con un apasionamiento y convicción insuperables, el papel del coronel Tad Lawson, fiscal encargado de la acusación. Su duelo interpretativo con actores de la talla de Montgomery Clift, Burt Lancaster, Spencer Tracy, Maximilian Schell, Judy Garland o Marlene Dietrich es de los que no se olvidan con facilidad.
En la biografía de Widmark que publica la IMDB se cuenta una estupenda anécdota acerca del enfado de John Ford mientras dirigía a Widmark y James Stewart en Dos cabalgan juntos (Two Rode Together, 1961), una película que, como tantas otras de Ford, se cuenta entre mis favoritas. Las dos estrellas andaban muy duras de oído y el director, famoso por sus arranques de mal genio, echaba las muelas intentando que entendieran sus instrucciones.
Si hay un cielo especial para los grandes actores y gentes del cine, menudo espectáculo estarán dando por entre sus decorados y platós Ford, Widmark y Stewart: un tuerto dirigiendo, a voz en grito, a los que él llamaba «two deaf toupees» (‘dos sordos con peluquín’).
albert dice
Hola, Eduardo.
Me cuento entre los espectadores que conocían sobradamente el nombre de Richard Widmark.
Mi padre me trasmitió la afición y las tardes de los sábados (cuando programaban buenas pelis en la tele) hicieron el resto.
Hay imagenes suyas que ya no puedes olvidar, como en «La ley del talión» atado a la rueda del carro y otra en que al final de la película (no recuerdo el título) salía a la calle, sabiendo segura su muerte mientras sus vecinos se preparaban para dispararle.
¿Quién queda ya de esa época gloriosa? Creo que Kirk Douglas y pocos más…
Por suerte siempre nos quedarán los DVD (… y París, por supuesto)
gabriel salgado fernández dice
D.E.P., gran actor