Oí esta frase o alguna muy parecida hace un par de semanas, en la radio, mientras estábamos de vacaciones en Ribadesella. En aquella ocasión, el periodista se refería a los incendios forestales que por entonces asolaban la Comunidad Valenciana. Pocos días después la volví a escuchar en la televisión, por boca de una reportera que daba cuenta de otro incendio, esta vez en el Parque Nacional del Teide, en la isla canaria de Tenerife.
En ambos casos, creí que la flagrante incorrección de la frase podía deberse a los nervios derivados del directo o a la inexperiencia de los periodistas, pero ayer la vi plasmada por escrito, en la página 20 de la edición nacional del diario El País: “Este fuego [el que está quemando la masa forestal del Ampurdán gerundense] ardía a las once de la noche sin control, tras haber arrasado buena parte de un perímetro de unas 12.500 hectáreas”.
Pues bien, tal cosa es imposible, porque la palabra “perímetro” está asociada al concepto de longitud, cuya unidad es el metro, mientras que “hectárea” es una medida de superficie, cuya unidad es el metro cuadrado. Por mucho que seamos comprensivos hacia los errores ajenos, lo cierto es que semejante fallo resulta clamoroso, viniendo de un medio de comunicación que no solo se precia de sus libros de estilo, sino que hace no mucho tiempo publicó un muy interesante reportaje titulado El ‘anumerismo’ también es incultura, en el que, entre otras fuentes, invocaba el parecer de un experto sobre los errores numéricos que suelen cometer los periodistas. He aquí la opinión del profesor universitario Josu Mezo, tal como la resumía el vespertino madrileño:
No cree que los profesionales de los medios estén mal formados, pero sí que muchos tienen una vocación literaria o quieren intervenir sobre el mundo. «No se dan cuenta de que su reto se parece más al de un científico que al de un escritor: deben entender y contar la realidad». Y le asombra que los planes de estudio no incluyan materias específicas para aprender a indagar.
Permítaseme discrepar, al menos parcialmente, del diagnóstico. En mi modesta opinión, el error en el artículo de ayer y los que he citado en el primer párrafo de esta entrada tienen poco que ver con esa presunta vocación literaria y mucho menos con el deseo de “intervenir sobre el mundo”. No son ejemplos de despiste o de lapsus linguae, ni se pueden achacar al desconocimiento del sentido exacto de una palabra o a una especie de afán excesivo de ornato. Aunque las advertencias que sobre este tipo de errores ha publicado hace poco la Fundación para el Español Urgente sean bienvenidas, dudo que sirvan para corregirlos, pues los fallos que acabamos de constatar no son estrictamente lingüísticos, sino de formación básica. Son, a mi modo de ver, un indicio del analfabetismo matemático y científico de muchas personas que, por su profesión o relevancia pública debieran estar mejor formadas.
Quizás no sea prudente elevar esta anécdota a categoría, ni tampoco convertirla en signo y emblema de algunos de los muchos fallos que afectan desde hace demasiado tiempo al sistema educativo español. Estoy convencido, en cambio, de que hay muchas más razones para escandalizarse por este tipo de errores que por la ya clásica metedura de pata de Sara Carbonero en su celebérrima entrevista a Andrés Iniesta, que al menos tuvo la virtud de ser involuntariamente cómica.
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