Desde los tiempos en que mi hermano José Ángel y yo nos dedicábamos a montar maquetas (y de eso hace casi un cuarto de siglo, hay que ver cómo pasa el tiempo), me aficioné a leer libros de historia militar. Los manuales sobre construcción de modelos a escala siempre hacían hincapié en la importancia de una buena documentación a la hora de ambientar las maquetas en sus correspondientes dioramas, y nosotros, que siempre fuimos chicos disciplinados, nos esforzamos en hacer caso de la recomendación.
La costumbre de leer sobre grandes acontecimientos bélicos sobrevivió al abandono de la afición por las maquetas, de la que sólo me queda la inevitable nostalgia y una fascinación casi infantil por ver escaparates, exposiciones y catálogos. Aunque he cultivado el interés por la polemología de forma más bien irregular, y desde luego poco sistemática, mi presencia en la web me ha dado más de una oportunidad de expresarlo por escrito: en Lengua en Secundaria publiqué el comentario de uno de los libros de historia militar más famosos de los últimos años, el espléndido Stalingrado de Antony Beevor, y en este blog reseñé también otro trabajo magnífico, el Por qué ganaron los aliados, de Richard Overy.
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