Desde los tiempos en que mi hermano José Ángel y yo nos dedicábamos a montar maquetas (y de eso hace casi un cuarto de siglo, hay que ver cómo pasa el tiempo), me aficioné a leer libros de historia militar. Los manuales sobre construcción de modelos a escala siempre hacían hincapié en la importancia de una buena documentación a la hora de ambientar las maquetas en sus correspondientes dioramas, y nosotros, que siempre fuimos chicos disciplinados, nos esforzamos en hacer caso de la recomendación.
La costumbre de leer sobre grandes acontecimientos bélicos sobrevivió al abandono de la afición por las maquetas, de la que sólo me queda la inevitable nostalgia y una fascinación casi infantil por ver escaparates, exposiciones y catálogos. Aunque he cultivado el interés por la polemología de forma más bien irregular, y desde luego poco sistemática, mi presencia en la web me ha dado más de una oportunidad de expresarlo por escrito: en Lengua en Secundaria publiqué el comentario de uno de los libros de historia militar más famosos de los últimos años, el espléndido Stalingrado de Antony Beevor, y en este blog reseñé también otro trabajo magnífico, el Por qué ganaron los aliados, de Richard Overy.
Como no podía ser de otra forma, ambos trabajos son citados a menudo por Álvaro Lozano, diplomático y especialista en temas de historia militar, en su libro Kursk, 1943. La batalla decisiva, una obra que pone al alcance de los lectores en lengua española un balance exhaustivamente documentado de lo que significó esta batalla, la más grande disputada sobre la superficie terrestre en toda la Segunda Guerra Mundial y, aun así, un encuentro que ha pasado relativamente desapercibido al lado de otros hitos fundamentales del gran conflicto bélico, como Stalingrado, Normandía o El Alamein.
Álvaro Lozano otorga a la batalla de Kursk la importancia histórica que a todas luces merece, pues este colosal enfrentamiento no sólo ha de ser recordado como la mayor batalla de tanques de la historia (en torno a la localidad de Prokhorovka, al sur del saliente de Kursk, se enfrentaron más de mil blindados rusos y alemanes en un espacio relativamente reducido), sino también como la última ocasión en que el ejército alemán pudo tomar la iniciativa en el Frente del Este. El desgaste en hombres y pertrechos sufrido por las tropas alemanas ante la posición defensiva magistralmente diseñada por el Ejército Rojo no sólo hizo perder a la Wehrmacht su capacidad para influir en el curso de la guerra, sino que quebró en gran parte una fibra moral que incluso el terrible desastre del VI Ejército de Friedrich Paulus en Stalingrado no había conseguido romper.
Kursk, 1943 no es una monografía de interés exclusivamente militar, pues el autor presta una atención exhaustiva a las implicaciones estratégicas y políticas de la concepción y desarrollo de la denominada «Operación Ciudadela». He de admitir que este aspecto me produjo al principio de la lectura una cierta impaciencia (pasaban las páginas y me daba la sensación de que la narración de la batalla tardaba demasiado en concretarse), pero a cambio de la demora en el relato el libro gana una indudable solidez y profundidad. De hecho, yo creo que lo mejor del volumen llega justo al final, en el el capítulo de conclusión («Balance. La batalla reconsiderada», pp. 428-471), en el que se plantea desde varias perspectivas una revisión general de la importancia y sentido del episodio, y se analizan críticamente las distintas interpretaciones historiográficas que en torno a él se han propuesto.
Desde el punto de vista de un simple aficionado a los temas de historia militar, me gustaría destacar que Kursk, 1943 combina de forma muy satisfactoria todos los recursos de la divulgación histórica. La documentación y bibliografía son abundantísimas, los gráficos sumamente esclarecedores (qué sería de este tipo de libros sin los mapas que trazan el movimiento de las unidades y el curso de los frentes) y los anexos cronológico, biográfico, de fuerzas y materiales implicados en la batalla, de indiscutible utilidad. Por otra parte, Álvaro Lozano se mueve con indiscutible comodidad en escenarios muy diferentes y se muestra muy hábil tanto para combinar el gran cuadro histórico con el plano de detalle, como para trazar los retratos de personajes históricos, sean éstos muy conocidos (Hitler, Stalin, Guderian, Zhukov, Manstein, Rokossovsky, Speer, Vatutin) o simples combatientes de primera fila en uno y otro bando. Me ha parecido observar algún defectillo en el manejo de las fuentes (alguna errata, cierto mecanicismo en las inserciones biográficas, y por lo menos un episodio de combate que se narra en dos ocasiones próximas entre sí sin que la repetición tenga una clara justificación), pero la impresión general que produce la lectura es muy favorable y, en numerosas ocasiones, realmente apasionante.
Aunque muy distante en el tiempo, y del todo diferente al encuentro de Kursk por el escenario, los contendientes, las tácticas y las armas empleadas, la batalla de Adrianópolis, que tuvo lugar en el verano del año 378 entre las legiones romanas del emperador Valente y los godos liderados por Fritigerno, tiene un valor histórico al menos tan importante como la que libraron soviéticos y alemanes en las llanuras rusas. A ella le ha dedicado el profesor italiano Alessandro Barbero El día de los bárbaros. La batalla de Adrianópolis, 9 de agosto de 378, que entre otros muchos aspectos propone una interesantísima discusión sobre la interpretación tradicional en virtud de la cual esta batalla «determinó nada menos que el fin de la Antigüedad y el principio de la Edad Media, porque puso en marcha la cadena de acontecimientos que, más de un siglo después, llevaría a la caída del Imperio romano de Occidente» (p. 7).
A lo largo del libro, Alessandro Barbero, sin desmentir del todo dicha interpretación, la matiza de manera muy inteligente. Creo que es justo señalar que esta atención a los matices no siempre evidentes en la historia antigua, unida a la capacidad del autor para poner en relación el acontecimiento bélico con otros hechos de orden militar, pero también demográfico, económico, cultural y hasta lingüístico, constituyen méritos indudables de una obra no demasiado extensa (no llega a las doscientas cincuenta páginas, contando los «consejos de lectura» y los índices), que se lee con una fluidez y ligereza admirables.
Y es que conviene tener en cuenta que El día de los bárbaros es un libro mucho más narrativo que el de Álvaro Lozano. Aquí no hay notas, las referencias bibliográficas no son perceptibles (salvo para un especialista, que yo no soy y que, al menos en esta ocasión, me alegro de no ser), y las fuentes históricas están perfectamente integradas en el núcleo del relato. No sé si para un historiador o para un lector habitual de libros de historia esta diferencia implica una distinta valoración cualitativa; desde mi perspectiva de mero aficionado, me interesa destacar que tanto me ha gustado un libro como el otro, y que la naturaleza de los episodios que en ambos libros se relatan (relativamente próximo el de Kursk, con una bibliografía abrumadora; mucho más lejano, en cambio, el de Adrianópolis, cuyas fuentes históricas son limitadas y cronológicamente muy distantes) justifica que hayan sido abordados de formas tan diferentes.
En todo caso, no hace falta poner El día de los bárbaros en comparación con ninguna otra obra de historia militar antigua o contemporánea para apreciar sus indudables virtudes. Además de la fluidez narrativa, de la claridad de exposición y de la inteligencia con la que se valoran y discuten unas fuentes separadas del historiador por más de mil quinientos años, la de Alessandro Barbero es una obra que recomiendo a todo admirador de la cultura y civilización romanas (y ya he confesado en alguna ocasión que ambas son debilidades sólo comparables a mi fascinación por el glorioso espectáculo de la legión romana maniobrando), a causa de la precisión y justeza con que pone en cuestión algunas ideas preconcebidas que los no expertos solemos albergar con respecto a la fase final del Imperio Romano.
En efecto, tras leer El día de los bárbaros, resulta imposible seguir sosteniendo algunos lugares comunes a los que me había acostumbrado mi educación escolar: las nociones acerca de la homogeneidad cultural y lingüística del Imperio, la diferenciación entre ciudadano romano y bárbaro (tanto en la acepción lingüística como cultural de este término), el sentido real del concepto de «invasión», cuya complejidad económica, estratégica y demográfica es analizada de forma muy brillante, la importancia de la presencia de tribus bárbaras en todos los órdenes de la vida romana, el orden de combate y la estrategia de las legiones, etc. El final del Imperio Romano es, a la luz de los conceptos que desarrolla Alessandro Barbero, una época interesantísima, de violentos combates y frecuente inestabilidad, sí, pero también de integración y asimilaciones mutuas, de mezcla de culturas y religiones (al lado del Imperio Romano el melting pot del que tanto se enorgullecen algunas sociedades modernas queda reducido a un simple chascarrillo), cuyas fronteras y límites son siempre difíciles de precisar.
No son, por tanto, caprichos del autor los paralelismos deliberados que traza entre la situación del Imperio en la dinastía valentiniana y la de las sociedades occidentales de hoy en día, también afectadas por imparables flujos migratorios. Desde luego que parecen inaplicables a las nuevas migraciones algunas de las recetas que el Imperio Romano aplicó a sus propios inmigrantes (por ejemplo, la conversión religiosa o el acceso a la ciudadanía por vía del servicio militar, aunque esta última es una alternativa que los Estados Unidos llevan poniendo en práctica, de hecho, desde hace décadas), pero tal vez no sería mala idea observar las lecciones que esta época de tránsito nos brinda. No somos los primeros, ni tampoco seremos los últimos, en tener a nuestras puertas una multitud de gentes diferentes, que aspiran a lograr nuestro nivel de vida y nuestra estabilidad social.
Un apunte final, a propósito de la traducción. Se menciona en varias ocasiones a lo largo de los primeros capítulos del libro que el maíz formaba parte de los subsidios que concedían los emperadores romanos a las tribus bárbaras fronterizas con el Imperio. Sin embargo, yo siempre había creído que este cereal llegó a Europa tras el descubrimiento y colonización de América, certidumbre que, por lo que he podido leer en la Red (véase la historia de la planta en la Wikipedia), no tengo por qué revisar. Me cuesta creer que a un historiador profesional como Alessandro Barbero se le haya colado semejante error, así que supongo que se trata de un gazapo en la traducción. Si lee esta reseña algún historiador que se maneje bien con el italiano, le ruego que me confirme mis sospechas.
Álvaro Lozano, Kursk, 1943. La batalla decisiva, Barcelona, Editorial Malabar (Col. «Historia Malabar»), 2007, 594 páginas.
Alessandro Barbero, El día de los bárbaros. La batalla de Adrianópolis, 9 de agosto de 378, Barcelona, Editorial Ariel (Col. «Grandes Batallas»), 2007, 240 páginas.
panta dice
No sabía que compartíamos más de una afición, estoy encantado.
Qué ironía la de dar un nombre victorioso a un submarino que luego va y hace lo que hace.
Saludos
Eduardo Larequi dice
Y puede que no sean las únicas, Panta. Ya sabes, por algo somos profesores los profesores. Cuando se rasca en nuestras biografías, enseguida se encuentran elementos comunes.
Muy majo el artículo sobre las cadenas de lecturas. Si no estuviera de vacaciones (a lo mejor, a la vuelta…) te copiaba la idea.
En cuanto a lo del Kursk, el propio Álvaro Lozano cita el caso del submarino nuclear como ejemplo de una ironía histórica monumental: poca gente de la que se conmovió en Occidente con la suerte de los tripulantes del sumergible conocía los hechos que habían llevado a darle el nombre de la colosal batalla. De todas formas, con el submarino Kursk se cumplió una tradición militar rusa muchas veces aplicada en la Segunda Guerra Mundial: el sacrificio deliberado de los soldados en aras de consideraciones superiores. En Stalingrado o Kursk estaban claras; en las frías aguas del Mar de Barents, no tanto (o al menos no se han divulgado).