Alejandro Valero, uno de los miembros más destacados de la blogosfera española, señaló hace pocos días en un comentario a mi reseña de la película Cars la posibilidad de que esta película difundiera determinados valores o conductas poco apropiados para el público al que va dirigida. No es una observación para echar en saco roto, pues machaca sobre un clavo que en muchas ocasiones me he dedicado a golpear, en discusiones con amigos y conocidos (saludos a Vico Segura, con quien he polemizado al respecto y que tiene hijos pequeños a los que educar). Me refiero a la tendencia del cine norteamericano en su conjunto, o al menos, de gran parte del cine que hoy se hace en los Estados Unidos, a promover un discurso ideológicamente tendencioso, demasiado proclive a arrimar el ascua a la sardina de lo que suele llamarse «el modo de vida americano».
En las discusiones sobre este tema yo suelo encontrarme en una posición bastante incómoda, porque, a pesar de mi devoción por el cine norteamericano, no puedo ignorar las críticas que sensatamente se le hacen. Es verdad que no me falta una batería de argumentos para defender mi posición, como la invocación ritual de los nombres de Ford, Welles, Hawks o Lang o, cuando alguno de mis contrincantes generaliza abusivamente con aquello de que «el 90 por ciento del cine norteamericano es basura», el recurso al argumento irónico, de la mano de la famosa «Revelación de Sturgeon», que en versión española puede traducirse con una frase lapidaria: «sí, pero es que el 90 por ciento de todo es basura».
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