En una de las conversaciones que mantienen el escólico Hockenberry y Ulises, este último secuestrado por los robots moravecs con misteriosos propósitos (es parte del capítulo 37 de Olympo, de Dan Simmons, cuya relectura continúo a marchas forzadas, interrumpida por notas que son a cada paso más prolijas y enmarañadas), el héroe aqueo pregunta al escólico por la participación del padre de éste en la batalla de Okinawa:
-¿No alardeaba de su valentía ni le describió la batalla a su hijo? -pregunta Odiseo, incrédulo-. No me extraña que te convirtieras en filósofo en vez de en guerrero.
-Nunca la mencionaba -dice Hockenberry-. Yo sabía que había estado en la guerra, pero descubrí que había participado en la batalla de Okinawa, sólo años más tarde, leyendo antiguas cartas de recomendación de su oficial en jefe, un teniente no mucho mayor que mi padre cuando combatieron. Yo estaba a punto de licenciarme en clásicas por entonces, así que utilicé mis habilidades como investigador para aprender algo sobre la batalla donde mi padre recibió un corazón púrpura y una estrella de plata.
[…] -Me sorprende no haber oído hablar nunca de esa guerra -dice Odiseo, tendiéndole al escólico un nuevo odre de vino-. Pero, de todas formas, debes estar orgulloso de tu padre, hijo de Duane. Tu pueblo debe de haber tratado a los vencedores de esa batalla como a dioses. Se cantarán canciones al respecto durante siglos en torno a vuestras hogueras. Los nombres de los hombres que combatieron y lucharon allí serán conocidos por los nietos de los nietos de los héroes, y los detalles de cada combate individual serán cantados por bardos y poetas.
-Lo cierto -dice Hockenberry, dando un largo trago- es que casi todo el mundo en mi país ha olvidado ya esta batalla.
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