Para un servidor, que ejerce de PTV (pamplonés de toda la vida) un tanto vergonzante allá por donde va, el motivo de los encierros pamploneses es una referencia inexcusable, y un buen tema hacia el que deslizar la conversación. Se menciona hábilmente la carrera, se dejan caer unos cuantos datos y anécdotas, y se espera a la pregunta de rigor: «y tú, ¿has corrido el encierro?» Siempre contesto que sí, lo que es verdad, que dejé de correr porque pasaba mucho miedo, lo que es todavía más cierto, y que me gustan los toros, aunque soy un taurino perezoso, inconstante y de poco convencimiento.
Esta tarde, a la salida de una entidad bancaria donde teníamos que realizar ciertos trámites, he aprovechado un despiste de Pilar para sacar con la PDA una foto de la descomunal escultura del encierro que ha instalado el Ayuntamiento de Pamplona en el cruce de las avenidas de Roncesvalles y Carlos III: un tropel de corredores y reses, en bronce, que ya se han convertido en atracción predilecta para los chiquillos y en motivo de interés para los turistas.
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