Desde el Grand Café de Funchal, conectado a Internet con la PDA y a través de la excelente WiFi pública de Madeira (a ver cuándo las ciudades turísticas españolas toman ejemplo), escribo la presente entrada.
Sopla una suave brisa entre los jacarandás, suenan a nuestro alrededor las melodiosas cadencias de la lengua portuguesa, y los días de trabajo y prisa parecen cosa de otra vida y otro mundo muy lejano.
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